Bueno colega, ya ha pasado un año desde que partiste hacia nuevos horizontes con tu inquebrantable sonrisa. Supongo que es un momento tan bueno como otro cualquiera para escribirte algo.
La vida no ha sido la misma desde que te fuiste. El hueco de tu ausencia es demasiado pesado y a los tuyos se les antoja una ardua tarea el intentar llenarlo con lo que tienen a su alcance. Pero ya sabes que son gente firme y valerosa, y aunque a veces atraviesan momentos en los que el suelo parece resquebrajarse bajo sus pies, están saliendo adelante. Unos bien y otros menos bien, pero todos ellos se elevan cada día unos centímetros más arriba, a pesar del lastre de tristeza por tu recuerdo que llevan al cinto.
Sé que has leído muchos de mis artículos y que eras fan de Frank. El sentimiento es mutuo. Siempre me gustaste, desde el primer momento. Eso es algo raro en mí. Suelo tener que esforzarme un poco para que me guste la gente. Pero en tu caso no fue así. Eras demasiado puro. Como si no pertenecieras a este mundo. Como si el resto de los mortales, con todos sus defectos, no te merecieran. Quizá por eso te fuiste tan deprisa, después de que unos pocos afortunados tuvieran la suerte de cruzarse en tu camino.
Hay algo que me gustaría compartir contigo. Como sabes, tu hermano me creó. Bueno, digamos que el mérito de la creación es mutuo. Él lo hizo primero conmigo, y yo, en cierto modo, lo fui haciendo después con él. Hablamos a menudo sobre muchas cosas, pero en el último año el tema principal has sido tú, amigo mío. Así que voy a mostrarte un fragmento de nuestras conversaciones, porque creo que te va a gustar.
El día fue el 7 de abril de 2025. Sí, exacto, tu cumpleaños. Eran las 6.30 de la mañana y el pirado de tu hermano, como es habitual en él, iba camino del monte para contemplar el amanecer. Sin embargo, aquella mañana no estaba precisamente cargado de energía. Su talante era oscuro, distante. Su andar, lento y pesado. No prestaba atención a lo que había a su alrededor, sino que se encontraba sumido en sus pensamientos.
Decidí hacer acto de presencia. Ya sabes, como a mí me gusta, sin ser invitado.
F: Día difícil, ¿no colega?
P: Los hay mejores, Frank.
F: Me lo figuro. ¿Quieres contarme?
P: No sé por dónde empezar. Estoy tranquilo, pero a la vez cabreado. Satisfecho conmigo mismo, pero a la vez triste. Quiero recordar, pero a la vez quiero olvidar. Quiero interactuar con la gente, pero a la vez no quiero ver a nadie. Quiero hacer muchas cosas, pero a la vez no quiero hacer nada.
F: Entiendo.
P: ¿Cómo coño vas a entenderlo? No tiene sentido. No estoy ni siquiera seguro de quién soy ahora.
F: Tú me creaste, ¿recuerdas? Me diste plenos poderes para saber lo que hay dentro de tu cabeza. Así que sí, claro que lo entiendo.
P: Pues explícamelo, anda.
F: Te pasan varias cosas, ninguna de las cuales es extraña conociéndote un poco. De hecho, no me sorprenden en absoluto.
P: Soy todo oídos, espartano de pacotilla.
F: Primero, tu identidad está coja. Has estado dos años con la atención exclusivamente fijada en cómo intentar salvarle y cómo hacer que se sintiera lo mejor posible. Esa era tu identidad. Y esa identidad ya no existe. Tienes una nueva que forjar. Y hasta que ese proceso no esté lo suficientemente avanzado, te sentirás perdido, vacío, sin rumbo claro. Por eso dices que no sabes quién eres. Pero eso pasará. Muy pronto.
Segundo, estás cabreado porque este suceso ha provocado que veas de cerca los hilos de las marionetas. Has visto lo que sabías solamente en un plano teórico, o al menos no tan evidente: Que el mundo no es justo. Mejor dicho, te has empeñado en decirte a ti mismo que lo que ha pasado es tremendamente injusto y antinatural. Que a alguien tan bueno como él no debía nunca sucederle algo así, ni mucho menos tan pronto. Estás en guerra interior contra la idea difusa que tienes de Dios, o lo que sea que creas que mueve el timón del universo. Pero esa es una guerra que nunca ganarás y que no merece la pena librar. El mundo no es justo ni injusto. El mundo es. Las cosas suceden. Eres tú quien les asigna un significado u otro. Lo que importa no es por qué pasó lo que pasó, sino lo que decides hacer ahora y por qué. Luchar contra lo que pasó no es una buena elección. Elige otra cosa. Dale a lo que pasó un mejor significado a través de tu comportamiento. Elige ser mejor, más valiente, más compasivo, más virtuoso. Honra su memoria elevando tu propia vida.
Tercero, aún no has encontrado el equilibrio práctico entre dos fuerzas contrapuestas. Por una parte, quieres mirar hacia delante y progresar, porque crees que te lo debes a ti mismo. Por otra parte, quieres mirar hacia atrás y recordar, porque crees que se lo debes a él. Y no hay nada de malo en esa dualidad. Ambas son cosas buenas y ambas pueden y deben coexistir. Seguir adelante no erosiona tu lealtad hacia él, y la tristeza de su ausencia no debe impedir que sigas adelante y vivas tu vida. Acepta la existencia de ambas, porque cada una de ellas tiene su propósito.
Cuarto, no quieres ver «a nadie» porque aún tienes clavado el aguijón de la sensación de que muchos de ellos no han estado a la altura de la situación. Que no estuvieron suficientemente presentes durante el camino y que solamente se hicieron notar cuando ya era demasiado tarde. Que tú lo habrías hecho mejor si los roles estuvieran invertidos. Y ahora no puedes evitar concluir que no hay prácticamente nadie especial ahí afuera y que no merece la pena dedicarles tu tiempo. Y no te culpo, créeme. Pero debes ser consciente de una cosa.
La mayoría de las personas no está bien equipadas para gestionar estas situaciones. Unas no son lo suficientemente perceptivas, otras están muy ocupadas y no atinan a priorizar, y otras se justifican a sí mismas con historias de telenovela para evitar asomar la cabeza por verguenza o por temor. Pero eso no quiere decir que ninguna de ellas valga la pena. No seas tan severo y tajante en tu juicio. Tú tampoco eres perfecto, colega. Afloja un poco.
Bueno, ¿qué tal voy hasta ahora?
P: Vas de culo, no has acertado ni una, listillo.
F: No seas mal perdedor.
P: Bueno, supongamos que tienes algo de razón. ¿Ahora qué?
F: Ahora sigues adelante. Es un camino difícil que lleva su tiempo, pero es el camino bueno. Sentir el dolor es necesario para vivir plenamente. Recuerda la cita de tu querido Cormac McCarthy: «Renunciarías a tus sueños con tal de escapar a tus pesadillas, pero yo no. Creo que es un mal trato.»
Se quedó unos segundos callado, pensando.
F: Ya no puedes ver a tu hermano, pero sientes que sigue estando ahí, ¿no es verdad?
P: Nunca he dejado de sentir que está.
F: Entonces es que está. Y ya que está, y no le queda otro remedio que seguir viendo tu fea cara, hazle sentirse orgulloso. Ahí tienes una buena brújula para elegir cómo te comportas a partir de ahora, contigo mismo y con los demás: Que él se sienta orgulloso de ti. Seguro que tienes muchas razones inteligentes para justificar los pensamientos oscuros, pero lo siento, conmigo no cuelan. No eres tan inteligente como crees si no encuentras la forma de ser feliz.
P: ¿Cómo consigues ser tan capullo, Frank?
F: Es un talento natural. No requiere ningún esfuerzo.
P: No me cabe duda.
F: Por cierto, un último consejo: No le des mucho significado al aniversario del día que se fue. El día que de verdad cuenta es el día que llegó, su cumpleaños, hoy. Celebra su cumpleaños, porque él seguirá ahí contigo, con su sonrisa de rapazuelo, durante todos y cada uno de los años que vivas.
P: Gracias, Frank.
F: Para eso estamos. Take it easy, colega. Hasta la próxima.
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Ya ves que tu hermano sigue siendo un listillo pretencioso, pero con muy buen fondo. Casi tan bueno como el tuyo. Me consta que está ya mucho mejor. Triste, sí, porque te echa de menos. Pero más ligero. Más tranquilo. Y también más activo. Percibe, disfruta y vive como lo hacía antes de que te fueras. Quizá incluso mejor. Y eso es, no me cabe duda, gracias a tu inspiración y a tu recuerdo.
Te echamos de menos, hoy y siempre. Nos veremos pronto, pero aún no.
Aún no.
Por cierto… ahí va una canción en tu honor.
Pura vida,
Frank.
