El tesoro oculto en las emociones negativas

Cuando observamos las pautas que rigen nuestro comportamiento, es indudable que las emociones tienen un peso muy importante. La mente racional, nuestro lado reflexivo, necesita más tiempo que la mente emocional para entender y responder a todo lo que nos sucede. Por eso, el primer impulso ante cualquier situación, especialmente aquellas que impactan nuestro estado de ánimo de algún modo, suele procede del «corazón», no de la cabeza.

La mente racional es un animal que conocemos mejor y sobre el que – en teoría – tenemos mayor capacidad de influencia. Por ejemplo, nuestros valores y nuestro sistema de creencias se encuentran inmersos en la mente racional. Puede que se formaran debido a múltiples razones, no todas ellas necesariamente lógicas y racionales, pero protegemos su validez en el momento actual mediante una reflexión lógica y consciente.

Por ejemplo, podemos tener la creencia de que la mayoría de las personas son egoístas y mezquinas y que, por tanto, debemos ser desconfiados porque si no nos engañarán. Las razones que originaron que esa creencia entrara en nuestra cabeza serán las que sean. Quizá nos lo enseñaron en casa o quizá tuvimos una mala experiencia personal. Pero, una vez formada esa creencia, si la seguimos manteniendo y utilizando es porque seguimos encontrando justificaciones “racionales” o evidencias de que esa creencia es cierta o que tiene suficiente base pasa serlo. 

Ahora bien, esto no es inmutable. Podemos elegir cambiar esas creencias por otras. Es algo que no resulta fácil, especialmente si estamos tratando con creencias muy arraigadas y que consideramos parte de nuestra identidad, pero es posible hacerlo. De hecho, la psicología como profesión no estaría tan extendida si eso no fuera así.

Sin embargo, la mente emocional es un animal muy diferente. Las emociones no se dejan embaucar así como así. Para empezar, porque muchas de nuestras emociones son largamente inconscientes.

Según Daniel Goleman, uno de los autores más reconocidos en el área de las emociones, anatómicamente hablando el sistema emocional puede actuar independientemente del neocórtex. Existen ciertas emociones y recuerdos emocionales que tienen lugar sin la menor participación cognitiva consciente. Por esta razón, la mente racional no suele decidir qué emociones “debemos” tener, sino que nuestros sentimientos, simplemente, nos asaltan. Lo único que la mente racional puede controlar es cómo reaccionamos a esas emociones.

Hoy en día se habla mucho de “controlar nuestras emociones”, como si pudiéramos evitar el enfado, la tristeza, el miedo, la culpa a través una serie de trucos de Jedi. Eso es una quimera. No es posible. Para que lo fuera, la mayor parte de ese proceso emocional debería ser consciente. Y sabemos que no lo es. Así que no te afanes en controlar a la bestia, porque la bestia hace lo que le da la gana cuando le da la gana. Si quiere enfadarse, se enfadará. Y tú no podrás hacer nada para evitar que esa agitación aparezca en tu interior.

Esto no quiere decir que estés totalmente a merced de tus emociones. No lo estás. Y aquí es donde debes centrar tu atención. Quizá no consigas evitar que la emoción aparezca, pero lo que sí puedes evitar es que tu reacción a esa emoción, el comportamiento que eliges tener, las decisiones que eliges tomar, se desarrollen de ciertas formas que te alejan de tus objetivos. En otras palabras, puedes evitar que no te sean útiles.

Este aspecto es mucho más importante de lo que podemos imaginar. A menudo asociamos nuestras emociones a nuestra identidad. Si nos enfadamos con regularidad, nos decimos a nosotros mismos que somos irritables e inestables. Si sentimos miedo, nos decimos a nosotros mismos que somos cobardes e inseguros. Si sentimos tristeza, nos decimos a nosotros mismos que somos pusilánimes y pesimistas.

Sin embargo, por muy instaurado que ese proceso mental se encuentre en nuestro cerebro, eso no es necesariamente cierto. De hecho, nos hacemos un flaco favor a nosotros mismos asociando las emociones que sentimos con nuestra identidad. Porque lo que de verdad determina nuestra identidad es la reacción que elegimos tener a esas emociones, no las emociones en sí mismas.

La emoción no suele ser una elección. Pero nuestra reacción a esa emoción sí lo es. Y es esa elección lo que determina, a través de la repetición, nuestro carácter y nuestra identidad.

¿No lo ves aún? Deja que te ponga un ejemplo.

Digamos que alguien se presenta voluntario para dar un discurso; o que defiende lo que cree delante de un grupo hostil de gente; o que salta al mar para salvar a alguien que se está ahogando. ¿Dirías que ese tipo de persona es valiente?

Apuesto a que sí.

¿Y si te dijera que esa misma persona está cagada de miedo, pero aun así elige comportarse de esa manera? ¿Cambiaría tu opinión sobre su carácter o su identidad?

No, ¿verdad? Es probable que incluso pensaras que es más valiente que antes, porque hace todas esas cosas a pesar de una emoción que le impulsa a actuar en sentido contrario.

Es curioso que cuando apreciamos todo esto en una tercera persona, inmediatamente basamos nuestra evaluación de su identidad en sus actos, en su conducta. Nos parece lo más natural. Si alguien actúa como un valiente, en nuestros ojos esa persona es valiente. Pero cuando la lente gira y nos enfoca a nosotros mismos, solemos evaluar nuestra propia identidad dando un enorme peso a nuestras emociones. Sentimos esas emociones en nuestras carnes, a veces de forma muy nítida y dolorosa. Y esa sensación atrapa nuestra atención y nos hace emitir juicios de valor sobre nuestra identidad que alimentan las historias que nos contamos a nosotros mismos constantemente.

Este fenómeno es absolutamente clave, porque tiene una gran influencia en la visión que tenemos sobre nosotros mismos y por tanto en la forma en la que nos relacionamos con el mundo. Si atravesamos ciertas circunstancias que hacen que las emociones que sentimos sean más negativas que positivas, el proceso psicológico que acabamos de describir puede generar que formemos una imagen de nuestra identidad poco constructiva, vulnerable o defectuosa, lo que empujará nuestra conducta en determinadas direcciones que no nos ayudan a conquistar la felicidad.

La buena noticia es que hay formas de conseguir que este proceso funcione en nuestro propio beneficio. Veamos cómo.

Una conquista realista de las emociones negativas

Cuando pretendemos gestionar nuestras emociones negativas para que no ejerzan una mala influencia sobre nosotros, es importante que seamos conscientes de lo que es razonable intentar conseguir y lo que es poco realista.

Para empezar, y como hemos visto antes, intentar suprimir esas emociones para que no se manifiesten es algo con pocos visos de funcionar. Así que no desperdiciemos energía en eso. Dejémoslas salir, porque saldrán de igual modo.

Una vez salgan a escena, ¿qué podemos hacer?

Bueno, hay algunas cosas que son particularmente útiles. Entre todas ellas, Frank Spartan destacaría dos:

1. Intentar entender esa emoción lo mejor posible

Muchos de nosotros estamos desconectados de nuestras emociones. Sentimos su presencia y simplemente reaccionamos por impulso, sin hacernos demasiadas preguntas. Eso es una pauta de actuación que diluye el control sobre nuestras decisiones y nuestra libertad, alejándonos de la posibilidad de espolear nuestra vida de forma consciente en la dirección correcta.

Por eso, el primer paso es tomar conciencia de las emociones cuando aparecen. Antes de reaccionar, preguntarnos por qué surgen, si siguen alguna pauta que se ha repetido en el pasado, si el problema está realmente ahí fuera o más bien dentro de nosotros mismos. La comprensión que acompaña a la conciencia de uno mismo tiene un poderoso efecto sobre los sentimientos negativos intensos y nos brinda la posibilidad de liberarnos de ellos y de conseguir un mayor grado de libertad. Y ese paso previo es imprescindible para poder elegir bien el tipo de reacción que nos conviene tener a esa emoción.

2. Apreciar el mensaje oculto en la emoción negativa

La reacción habitual a las emociones negativas es la misma que la reacción habitual a cualquier tipo de sensación incómoda. Usamos lo primero que tenemos a mano para que desaparezca. Nos centramos en atajar el síntoma, ignorando la enfermedad que subyace.

Si nos sentimos culpables por haber tratado mal a alguien, nos inventamos argumentos para justificar nuestra conducta. Si sentimos ansiedad, comemos y bebemos en exceso. Si nos sentimos melancólicos, vemos la tele o vamos de compras. Si nos sentimos frustrados porque no progresamos hacia un objetivo tan rápido como nos gustaría, procrastinamos y nos entretenemos con otras cosas. Si nos sentimos heridos porque alguien nos critica, dejamos de prestar atención a esa persona.

En otras palabras, recurrimos a trucos y atajos para enterrar esas emociones negativas bajo la superficie y evitar los sentimientos que provocan en nosotros. Pero eso no nos ayuda demasiado a largo plazo porque, si no atajamos la enfermedad que subyace, las emociones negativas vuelven a aparecer y a menudo con mayor intensidad.

Avoidance of suffering is a form of suffering. The avoidance of struggle is a struggle. The avoidance of failure is a failure.

Mark Manson

Para mejorar las cosas hemos de hacer algo diferente. En el primer paso nos hemos centrado en entender mejor esa emoción. En este segundo paso debemos interiorizar profundamente la idea de que, al igual que las emociones positivas son una señal de que estamos haciendo algo bien en nuestra vida, las emociones negativas son una señal de que algo no funciona y que requiere una acción correctiva por nuestra parte. No un atajo ni un truco de magia para enterrar la emoción, sino una acción que corrija el problema de base que se esconde tras la emoción y que nos ayude a conseguir nuestros objetivos.

Within every obstacle is a chance to improve our condition.

Ryan Holiday, The Obstacle is the Way

Aquí está la clave del asunto. El tipo de mentalidad que marca la diferencia y nos separa de esa mayoría que simplemente busca ignorar o enterrar el dolor, en lugar de enfrentarse a él, entenderlo y utilizarlo como gasolina para conseguir su propio beneficio.

Si queremos evolucionar hacia una mejor versión de nosotros mismos y elevar la calidad de nuestra vida, no podemos permitirnos ser pasivos y reaccionar impulsivamente cuando las emociones negativas aparecen. Debemos realizar un esfuerzo consciente para que la acción que decidimos llevar a cabo no solamente diluya los sentimientos negativos asociados a esa emoción, sino que también nos acerque un poco más al lugar al que queremos llegar y refuerce la identidad que queremos tener.

Ideas para utilizar las emociones negativas en nuestro propio beneficio

Hace poco leí un artículo sobre el Judo. El Judo es un arte marcial muy particular, en la que utilizas la energía del adversario contra él. Cuando dominas el Judo, cuanta más energía utiliza el adversario para atacarte, más poder te transfiere para que le tires al suelo como un saco de patatas.

Pues bien, lo que debes hacer es practicar el Judo con tus emociones negativas. En vez de darte de cabeza con ellas como en una lucha de carneros, lo mejor es utilizar su energía y redirigirla en una dirección más adecuada, utilizando algún vehículo que trabaje a tu favor.

Ilustremos esta idea con algunos ejemplos para entender mejor de qué narices estamos hablando.

Ira

La ira es una de las emociones más complicadas de gestionar porque, a diferencia de otras emociones, es energizante. Cuando nos cabreamos, nos venimos arriba y nuestro cerebro se lanza espontáneamente a buscar razones por las que debemos seguir enfadados.

El problema es que esto, por muy humano que sea, no funciona. Las investigaciones han revelado que montar en cólera de poco o nada sirve para mitigar el enfado, porque los arranques de ira incrementan la excitación emocional del cerebro prolongando su escalada.

Una forma de utilizar esa excitación en nuestro beneficio puede ser hacer ejercicio físico, dado que es una actividad en la que podemos canalizar fácilmente un estado energizante. Cualquier cosa que se encuentre a tu alcance en ese momento – menos patearle el culo a tu interlocutor – puede valer: subir escaleras, hacer flexiones, boxear en el aire, caminar a buen ritmo, etcétera, etcétera.

Para poder poner esto en práctica con éxito es muy probable que primero debas alejarte un poco de la situación o de la persona que haya desencadenado el enfado. Una vez lo hayas hecho y te hayas calmado un poco, tendrás mayor autocontrol para redireccionar la excitación hacia algún tipo de ejercicio físico. Esta estrategia no sólo te ayudará a estar en forma, sino también a tranquilizarte y recobrar una visión más constructiva.

La misma estrategia puede servir también para gestionar los estados de ansiedad. Por ejemplo, cuando te encuentres abriendo la nevera para tratar de calmar una agitación emocional provocada por la ansiedad, prueba a retrasar esa decisión unos minutos y ponerte a hacer ejercicio. Si después quieres echarle mano a esa tableta de chocolate, por lo menos sentirás que te la habrás ganado primero. Y eso marca una gran diferencia en tu estado de ánimo.

Miedo

Probablemente la emoción negativa que más representación tiene en nuestras vidas: Miedo a no ser aceptados, a fracasar, a no cumplir expectativas, a no conseguir nuestros objetivos.

La reacción impulsiva al miedo es la inacción. La forma en la que intentamos que el miedo no nos afecte es evitando la situación que genera ese miedo. Agachamos la cabeza y permanecemos escondidos, para no sufrir las consecuencias emocionales si nuestros miedos se materializan.

Pero eso no nos aleja del miedo, ¿no es así? El miedo permanece a nuestro lado, nos domina, nos priva de libertad. Y, poco a poco, va atrayendo a otros desagradables y destructivos compañeros de viaje, como la ira, la envidia, la frustración y la culpa.

En este caso, ¿cómo podemos redireccionar esa energía que genera el miedo?

Podemos hacer dos cosas:

  1. Prepararnos con antelación lo mejor posible para reducir las posibilidades de no conseguir lo que queremos
  2. Caminar directamente hacia la situación que genera el miedo

Ya sé. Seguro que preferías oír otra cosa. Algún truco, algún atajo, alguna forma de librarte de él sin sufrimiento.

Siento decepcionarte. Pero en lo que al miedo respecta, no hay milagros. La forma de evitar que te domine y te lleve a la inacción es avanzar directamente hacia él y hacer precisamente lo que te inspira temor. Esto no es sencillo en absoluto, por eso el paso previo de prepararnos con antelación lo mejor posible es tan importante. 

Cada paso que des en esa dirección será una pequeña victoria y hará que te liberes un poco más de la influencia del miedo. Es muy probable que nunca dejes de sentirlo, pero eventualmente dejará de ser el timón de tu vida. Y eso es lo que de verdad importa.

Tristeza

La tristeza es una emoción difícil de gestionar porque drena nuestra energía. Nos debilita y nos hace sentir poco activos.

Hay muchas posibles causas para la tristeza. Martin Seligman, uno de los autores más reconocidos en el campo de la psicología positiva, argumenta que una de las principales causas de la tristeza es la impotencia autoimpuesta, o la creencia de que, hagamos lo que hagamos, no podremos cambiar la situación insatisfactoria concreta que nos afecta.

Y a veces esto es cierto. A veces no podemos cambiar las cosas. Pero eso no quiere decir que toda nuestra capacidad para ser felices, o al menos para dejar de sentirnos tristes, se encuentre solamente ahí.

Hay otras opciones. Siempre hay otras opciones. Lo que debemos hacer es elegir algo que nos motive y ponernos en movimiento hacia ese objetivo haciéndolo lo mejor que podamos. Y es muy probable que ese mero movimiento hacia un nuevo objetivo diluya la tristeza asociada a no haber conseguido el viejo objetivo y nos proporcione motivación para continuar.

¿No has conseguido el aumento de sueldo en el trabajo? Traza un plan para convertirte en un profesional más atractivo para otros empleadores. Aumenta tu visibilidad y contactos en el sector. Empieza a explorar una iniciativa de emprendimiento.

¿Tu pareja ha roto contigo y te sientes solo? Reactiva tu agenda social y empieza a conocer a gente nueva. Prueba nuevas actividades. Métete en ambientes que no conoces.

¿Estás deprimido porque sientes que estás envejeciendo o tienes la crisis de los 40? Involúcrate en actividades que te levanten el ánimo. Mejora tu relación y frecuencia de contacto con personas optimistas. Incorpora tipos de ejercicio y dieta a tu vida que te hagan sentirte activo y lleno de energía.

¿Alguien cercano a ti ha fallecido? Identifica a las personas que más quieres y a las que crees que no has expresado tu cariño lo suficiente y empieza a hacerlo antes de que sea tarde. Escribe cartas, haz regalos inesperados, crea momentos especiales con ellos, expresa tus emociones cuando tengas la oportunidad.

Siempre hay algo nuevo en lo que puedes centrar tu atención para vencer a la tristeza. Encuéntralo.

Frustración

Cuando algo no funciona como esperamos, podemos notar que perdemos energía y sentirnos abatidos y tristes. Pero también podemos notar que nuestra energía o excitación crecen y sentirnos enfadados o frustrados.

La frustración tiene cierta similitud con la ira. Sin embargo, así como la ira suele ser pasajera y de corta duración, la sensación de frustración puede durar más. Es común estar conviviendo con una situación insatisfactoria y permanecer frustrados durante mucho tiempo, porque el dolor que sentimos no es tan insoportable como para impulsarnos a la acción y no acabamos de encontrar la motivación para ponernos en marcha.

Podemos sentirnos frustrados por nuestro cuerpo, por nuestra inseguridad a la hora de relacionarnos con los demás, por nuestra incapacidad de comunicarnos con claridad, por nuestra falta de éxito a la hora de encontrar pareja, por nuestra falta de carisma, por no gozar del beneplácito de nuestro jefe, por percibir que nuestros padres no están orgullosos de nosotros. La mordedura de la frustración puede venir de mil sitios diferentes y sus dientes se pueden clavar en nuestro trasero cuando menos lo esperamos.

Las consecuencias de la frustración son particularmente peligrosas porque pueden alterar nuestro estado de ánimo de forma permanente. El peso de la frustración sobre nuestros hombros puede volvernos huraños, quejicosos, pusilánimes, cínicos, envidiosos y crueles. Y añadir esos atributos a nuestra personalidad puede dañar nuestras relaciones, porque nadie medianamente equilibrado quiere pasar demasiado tiempo con alguien así.

Utilizar la energía de la frustración en nuestro propio beneficio no es nada fácil por la razón que hemos comentado anteriormente: No produce un dolor insoportable. Es un dolor sordo, un eco que siempre parece estar ahí, pero que no nos impide levantarnos por la mañana y cumplir con nuestras obligaciones.

El truco de Frank Spartan para vencer a este enemigo tan sibilino es simple. Simple pero no fácil: Alimentar, en la medida que nos sea posible, la mentalidad de mejorar. La mentalidad de ser un poco mejor cada día, de convertirnos en una mejor versión, de superar dificultades para aprovechar la vida todo lo que podamos.

No todos compramos el mantra del desarrollo personal. Hay muchas personas a las que no les interesa mejorar y prefieren resignarse a aceptar las cosas tal como son. Si el problema que genera la frustración se encuentra más allá de sus capacidades actuales, esas personas lo ven como una barrera infranqueable y no hacen nada para superarlo. Su estrategia se limita a aprender a aceptar cómo convivir con esa situación para que les moleste lo menos posible.

Ésa es una posible forma de actuar y puede funcionar. Sin embargo, en mi experiencia personal, no es la más efectiva. Puede que esa frustración surja de problemas que no podemos solventar ahora, pero que quizá sí podamos solventar (o reducir) con el tiempo si trabajamos en ciertas áreas.

En estos casos, aceptar convivir con el problema y renunciar a intentar solucionarlo no es la mejor solución. La mejor solución es esforzarnos para atajar la causa de la frustración y elevar nuestra vida a un nivel superior de satisfacción y orgullo hacia nosotros mismos. Pero para eso necesitamos haber alimentado y desarrollado la actitud de mejorar.

¿Te frustra tu cuerpo porque tienes sobrepeso y falta de flexibilidad? Puedes utilizar la energía de esa frustración para apuntarte a un programa de ejercicio físico y trabajar durante una temporada para mejorar tu estado de forma.

¿Te frustra tu inseguridad cuando te relacionas con los demás? Puedes utilizar la energía de esa frustración para aprender algunas técnicas de autoconfianza y practicarlas en situaciones adecuadas.

¿Te frustra tu incapacidad para comunicarte con claridad? Puedes utilizar la energía de esa frustración para hacer un curso de oratoria y comunicación persuasiva.

¿Te frustra tu falta de éxito al encontrar pareja? Puedes utilizar la energía de esa frustración para mejorar tu forma de vestir, depurar tu técnica de conversación, aprender de personas con talento natural para la seducción o acceder a ambientes diferentes donde puedas expandir tus contactos y tus posibilidades.

¿Te frustra no tener el beneplácito de tu jefe? Puedes utilizar la energía de esa frustración para entender mejor sus objetivos y ayudarle a conseguirlos, tomar la iniciativa en algunos proyectos, ser mejor compañero o hacer tus logros más visibles a los niveles adecuados de la organización.

Conclusiones

Las emociones son muy sibilinas. Se apoderan del timón sin que nos demos cuenta y nos empujan a reaccionar de forma impulsiva en diferentes direcciones. Sin embargo, esos impulsos, por muy naturales que le parezcan a nuestro cerebro, no siempre nos ayudan a conseguir lo que queremos.

Hemos de hacernos conscientes de la importancia de tomarnos un respiro antes de reaccionar de forma impulsiva. Un respiro que nos permita entender y conectar mejor con esas emociones, que desempañe nuestra mirada para que podamos decidir mejor, que nos ayude a vislumbrar hacia dónde nos conviene orientar la energía asociada a esas emociones para acercarnos a nuestros objetivos y mejorar la calidad de nuestra vida.

En ese respiro está la solución. Elige que suceda. Y una vez suceda, úsalo bien.

Between stimulus and response there is a space. In that space is our power to choose our response. In our response lies our growth and our freedom.

Viktor Frankl

Pura vida,

Frank.

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1 comentario en “El tesoro oculto en las emociones negativas”

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