¿Debemos conformarnos con nuestra relación de pareja?

Empezamos la serie sobre el conformarse o no colocando a un paciente muy importante sobre la mesa de operaciones. Un elemento que contribuye enormemente a nuestra satisfacción vital al encontrarse tan presente en nuestra vida cotidiana, tanto en el aspecto emocional como en el aspecto práctico: La relación de pareja.

Muchos de nosotros tenemos, o hemos tenido en algún momento, una relación sentimental con alguien. A raíz de dicha relación, hemos proyectado y recibido energía emocional y también incorporado ciertas pautas de actuación a nuestra conducta, que no estarían ahí sin la influencia que la relación con esa persona ejerce sobre nosotros. Y la dinámica de esa relación hace que nos sintamos más o menos felices, más o menos libres, más o menos alineados con nuestra voz interior y nuestros objetivos vitales que si estuviéramos solos o con una pareja diferente.

Como consecuencia de todo ello, experimentamos cierto nivel de satisfacción con la relación. Si percibimos, a un nivel único y personal, ese nivel de satisfacción como suficiente, es posible que decidamos afianzar nuestro compromiso viviendo juntos bajo el mismo techo, formalizando la relación en un contrato, o teniendo hijos juntos. Por el contrario, si percibimos que no llegamos a ese nivel suficiente de satisfacción, es posible que decidamos romper la relación.

Pero también hay un caso, muy común, en el que el nivel de satisfacción que experimentamos se encuentra por debajo de lo que nos gustaría, incluso quizá por debajo de lo que antaño considerábamos suficiente. Pero con el tiempo aprendemos a aceptarlo y lo reescribimos en nuestra mente como tal. Y de esa forma, permanecemos en una relación que no nos satisface del todo.

De este último caso trata este post.

Las razones del deterioro de una relación de pareja

Las causas del deterioro de una relación de pareja estable pueden ser muy variadas. Pero si Frank Spartan se viera forzado a elegir las tres más comunes, serían éstas:

  1. Dejar que la rutina se apodere de la relación  y que uno o ambos abandonen los pequeños gestos que hacen sentirse especial al otro
  2. El impacto del estrés, el cansancio y las restricciones de los primeros años de crianza de los hijos en la relación
  3. Las dificultades financieras

En este post vamos a concentrarnos en las dos primeras posibilidades y dejar de lado la tercera, porque trataremos el aspecto financiero de forma mucho más amplia en el blog. Y si adoptamos la filosofía financiera que pregonamos aquí lo suficientemente pronto, con un poco de suerte las dificultades financieras no serán algo que deba preocuparnos demasiado.

En la experiencia de Frank Spartan, resulta bastante frecuente que permanezcamos en una relación a pesar de que las dos primeras causas de deterioro que mencionamos arriba hayan hincado sus dientes ferozmente en nuestro trasero, incluso si lo han estado haciendo durante años. Lo que suele suceder, en esencia, es que uno o ambos miembros de la pareja empiezan a percibir que algún espíritu demoníaco de la era medieval se ha introducido en el cuerpo del otro y ha alterado su personalidad. Ya no aprecian rasgo alguno de aquella persona encantadora, atenta y paciente que les hacía sentir especiales y para la que eran la prioridad número uno. Ahora tienen que tratar a diario con un individuo que ocasionalmente se comporta como un descendiente directo de Belcebú, y eso no les hace demasiada gracia.

En esas circunstancias, romper la relación es una posibilidad que a veces revolotea por encima de las cabezas de estas personas, pero que después se pierde en el horizonte porque no es una idea tan sencilla de digerir y mucho menos de llevar a la práctica.

Puede haber muchas barreras que nos frenen a considerar seriamente el romper una relación, asumiendo que ese descendiente de Belcebú en el que se ha convertido nuestra pareja no es absolutamente insoportable y todavía podemos tolerar sus fechorías sin asesinarle con una navaja barbera mientras duerme. Algunas de ellas podrían ser las siguientes:

  • Que tengamos hijos y queramos que la pareja permanezca unida para darles estabilidad
  • Que creamos que las cosas van a mejorar con el tiempo
  • Que tengamos miedo a la soledad
  • Que creamos que nos quedaremos fuera de los círculos sociales que frecuentamos ahora
  • Que creamos que tendremos muchas dificultades para encontrar otra pareja lo suficientemente pronto como para poder tener hijos o vivir otras experiencias antes de que se nos pase el arroz
  • Que consideremos romper la relación como un fracaso personal, a nuestros ojos y/o a los ojos de las personas de nuestro entorno

Y un largo etcétera.

Sin embargo, dado que la relación de pareja es un aspecto clave para nuestra satisfacción vital y nuestro equilibrio emocional, Frank Spartan, a pesar de no contar con título alguno de asesor sentimental en su currículum ni tener ninguna intención de hacerse con uno en un futuro próximo, va a decirte sin miramientos que esta situación de insatisfacción no es algo que debes dejar de lado y esperar a que el paso del tiempo solucione. Es algo demasiado importante como para que adoptes una actitud pasiva al respecto.

En resumidas cuentas, vas a tener que mirar a esa relación directamente a los ojos y hacerte a ti mismo la pregunta del millón:

¿Debo conformarme con lo que hay o debo luchar para cambiar las cosas? ¿Estoy realmente dispuesto a aceptar una relación de pareja con una puntuación de 5, 6 o 7 sobre 10? ¿Es ése el nivel mínimo al que realmente aspiro para estar satisfecho con esta relación a largo plazo y con el impacto que tiene en otras áreas? ¿Casa este tipo de relación con mis valores y mi filosofía de vida?

¿Cuáles son los aspectos clave que debemos considerar?

A pesar de que los posibles escenarios de relación de pareja son multitud, hay dos aspectos clave que debemos considerar a la hora de abordar esta pregunta con perspectiva:

  1. Nuestro poder de transformación interior: ¿Qué parte del problema creemos que es posible de solucionar con un cambio de actitud y conducta por nuestra parte? Es decir, ¿de cuánto poder para alterar la situación disponemos realmente a través de nuestra propia transformación, si consiguiéramos superar las barreras emocionales que nos lo impiden?
  2. Nuestra evaluación de los elementos externos: Si estamos convencidos de que el problema se encuentra fuera de nosotros mismos y no creemos tener capacidad de influencia sobre él, ¿es el elemento externo que nos genera insatisfacción algo estructural y permanente que creemos perdurará en el tiempo, o es algo temporal que irá diluyéndose poco a poco? ¿Y si es estructural, cómo de importante es?

Examinemos cada uno de estos dos aspectos por separado.

El ejercicio de transformación interior

La transformación interior tiene dos vertientes: Una vertiente mental y una vertiente conductual.

La vertiente mental implica un ejercicio muy sincero de introspección. El ego va a intentar coger el timón y dirigir el barco hacia el destino que le interesa, que es básicamente preservar nuestro orgullo, sacar el dedo corazón al resto del mundo y hacernos creer que toda la responsabilidad de la situación que nos genera insatisfacción la tiene nuestra pareja. Pero eso, desde un punto de vista lógico, resulta muy poco probable.

En cualquier caso, y recordando a Einstein, un problema no puede solucionarse desde la misma concepción mental desde la que se creó. Por eso, necesitamos un truco para diluir la influencia del ego en este proceso. Y el truco que Frank Spartan considera más efectivo para conseguir este objetivo no es otro que dejar de lado todo lo que ha sucedido en el pasado; el quién tuvo la culpa de qué. Porque es en ese terreno donde el ego adquiere una fuerza sobrenatural y puede retorcernos el pescuezo con suma facilidad si nos ponemos chulos.

Esto, si no es algo a lo que estamos acostumbrados a hacer, no resulta nada fácil. La mente tiende a aferrarse a interpretaciones muy suyas de experiencias pasadas para justificar nuestra conducta en el presente. Pero eso, por muy legítimo que nos pueda parecer, no es muy útil. Para empezar, porque lo que ya ha pasado es algo que no podemos cambiar; es corriente que ha pasado ya por debajo del puente y se aleja de nosotros. Y además, el anclar nuestra perspectiva a esas experiencias pasadas significa permanecer en la misma concepción mental de la que surgió el problema, lo que implica un cañonazo a la línea de flotación de nuestra capacidad para resolverlo.

Así que, aunque no puedas ni quieras olvidar el pasado, conviene que no lo tengas tanto en cuenta si quieres mejorar la situación en el presente. No tropieces con algo que ya está detrás de ti. Respira hondo y mira hacia delante, marinero.

Bueno, por transformarse que no quede…

Una vez has dejado de lado, en la medida que te sea posible, el quién tuvo la culpa de qué y estés funcionando con una perspectiva mental más constructiva y enfocada en el presente, podrás abordar la segunda vertiente: La vertiente conductual.

Esta vertiente implica identificar los propios comportamientos que no nos ayudan a solucionar el problema, y transformarlos en otros que sí lo hagan, empezando poco a poco y construyendo desde ahí. Si hemos dejado de sacar la basura, empecemos a sacarla. Si hemos dejado de tomarnos tiempo para estar con nuestra pareja a solas, empecemos a tomárnoslo. Si hemos estado criticando comportamientos de nuestra pareja, dejemos de criticar. Si hemos dejado de apoyar a nuestra pareja en sus proyectos personales o profesionales, empecemos a apoyarla.

Aunque esto pueda parecer un ejercicio de altruismo demasiado ambicioso, no es necesario que te transformes en Mahatma Gandhi para empezar a dar pequeños pasos en la dirección correcta. Si el orgullo puede contigo y te inmoviliza, enfoca el asunto desde un punto de vista egoísta y te resultará más fácil: Lo que vas a hacer es una forma muy efectiva de mejorar tu relación de pareja y conseguir mayor satisfacción personal para ti mismo. Lo haces para estar mejor tú. Al final, es eso lo que en realidad pretendemos con todas estas majaderías.

Cuando empecemos a poner esta vertiente conductual en práctica, es posible que comprobemos que nuestra pareja comienza también, lentamente, a modificar su actitud y su comportamiento en consonancia con el nuestro. Eso suele suceder porque, a nivel emocional, es muy frecuente recibir lo que damos. Y eso puede que ayude a disminuir nuestro nivel de insatisfacción con esa relación de pareja en varios enteros.

Sin embargo, puede que incluso después de este ejercicio, las cosas no hayan mejorado tanto como para que nos sintamos satisfechos. Puede que todavía queden importantes resquicios de insatisfacción, que a pesar de nuestra buena actitud y comportamiento nos impidan sentir que estamos donde debemos estar con respecto a esa relación de pareja. Y aquí es donde entra el juego el segundo aspecto clave de la famosa pregunta de si debemos conformarnos o no.

La evaluación de los elementos externos

Una vez que hemos puesto orden en nuestra propia casa y experimentado las consecuencias, es hora de enfrentarse a las barreras que existen en el exterior. Aquellas cosas sobre las que no tenemos demasiada capacidad de influencia pero que, sin embargo, ponen un techo a nuestro nivel de satisfacción que está más cerca de lo que nos gustaría del suelo.

Aquí puede haber posibilidades de lo más variopintas. Puede que, cuando se nos pase esa fase del enamoramiento inicial que nos distorsiona los sentidos, descubramos que nuestra media naranja se comporta como un psicópata, o un abusador emocional, o un déspota. Puede que ronque como un búfalo de la sabana. Puede que desarrolle los hábitos alimenticios de los Critters y engorde veinte kilos. Puede que sus prioridades cambien y nos preste menos atención que antes. Puede que descubramos que no es sincero con algunas cosas y esté empezando a perder nuestra confianza. Y también puede ser que sean nuestras propias prioridades o nuestra forma de pensar las que cambien y ya no encajen tanto con la personalidad de nuestra pareja. La casuística puede ser muy amplia.

Una vez que hemos hecho ese descubrimiento que dinamita nuestro nivel de satisfacción, debemos pasarlo por dos filtros:

Filtro 1: ¿Es algo temporal o permanente?

Evidentemente, este juicio es subjetivo y podemos equivocarnos, pero intentemos ser realistas. Distanciémonos todo lo que podamos. Contrastemos nuestra opinión con la de personas de nuestra confianza. Hagamos pruebas y consigamos más información. Hablemos con nuestra pareja sobre el tema y observemos cómo reacciona y cuáles son en su opinión las raíces del problema. Con todo esto, podremos formar un juicio sólido sobre el asunto.

Filtro 2: ¿Es algo que choca profundamente con nuestros valores y nuestra filosofía de vida, o no tanto?

Para responder a esta pregunta con criterio deberemos tener claro cuáles son esos valores y esa filosofía de vida, pero incluso si nunca los hemos expresado de forma explícita, probablemente podremos escuchar la respuesta en nuestro interior si prestamos atención. De alguna forma, sabremos si algo es realmente importante para nosotros, o se parece más bien a un capricho.

Después de aplicar estos dos filtros, pueden surgir cuatro combinaciones que llamaremos bloques:

Bloque 1: El problema es algo temporal y además no choca profundamente con nuestra filosofía de vida.

Ejemplo: Nuestra pareja se vuelve adicta a las series de Netflix, entra en una espiral de rutina y baja vitalidad y no le apetece hacer ya planes que a nosotros nos parecen interesantes. Probablemente en estos casos debamos intentar ser pacientes, comunicar con claridad y empatía, y poner lo que podamos de nuestra parte para que el problema se vaya solucionando poco a poco. Si a pesar de eso el problema no se soluciona y no existe otro más grave, quizá debamos aprender a aceptarlo y buscar esos planes interesantes en otra parte.

Bloque 2: El problema es algo temporal pero choca profundamente con nuestra filosofía de vida.

Ejemplo: Nuestra pareja cambia de comportamiento después de tener hijos y se vuelve mucho más inflexible, intolerante y maniática, mientras que la libertad y la confianza son valores fundamentales para nosotros. En estos casos hay un elemento externo, la crianza de los hijos, que añade grandes dosis de estrés de forma circunstancial y conviene no perder eso de vista. Aún así, probablemente debamos comunicar nuestros sentimientos con tacto, sin atacar ni culpabilizar, para que nuestra pareja sea consciente de ellos aunque nos expongamos a recibir un gruñido, porque es algo relevante para nosotros y como tal la solución correcta no es cavar un hoyo y enterrarlo a trescientos metros de profundidad. Si después de hacer esto comprobamos que la situación no mejora con el tiempo, quizá el problema no sea tan temporal como habíamos creído y requiera una solución más drástica.

Bloque 3: El problema es algo permanente pero no choca profundamente con nuestra filosofía de vida.

Ejemplos: Que nuestra pareja sea muy competitiva y siempre quiera ganar. O que sea sexualmente poco aventurera. O que se queje mucho. Todas esas son capas de la personalidad que se han formado lentamente y están muy arraigadas, y como tal no son sencillas de modificar. Si, a pesar de su inconveniencia en determinados momentos, son aspectos que no chocan con lo que consideramos más importante en nuestra vida, quizá lo mejor sea hacer pelillos a la mar. Sin embargo, si nuestra pareja no saca una gran nota, aunque no suspenda estrepitosamente, en los aspectos que sí son realmente importantes para nosotros, y además nos obsequia cada vez más frecuentemente con regalitos de este estilo, quizá debamos empezar a plantearnos la posibilidad de romper la baraja. Ésta es una zona gris y el camino que tiene más sentido es algo muy personal, pero en cualquier caso parece una relación muy mediocre que requiere enfocar la situación con mente abierta a todas las posibilidades.

Bloque 4: El problema es algo permanente y además choca profundamente con nuestra filosofía de vida.

Ejemplo: Con el tiempo descubrimos que nuestra pareja es egoísta, poco amable y negativa, mientras que la consideración por los demás, la amabilidad y el espíritu positivo se vuelven pilares cada vez más importantes de nuestra filosofía de vida. En estos casos, y parafraseando las sabias palabras de Terminator, la decisión correcta, salvo causas de fuerza mayor, es meridiana: Sayonara, baby.

Conclusiones

Muy probablemente, en cada caso concreto existen circunstancias que dificultan la categorización de una situación de insatisfacción con una relación de pareja en uno de los cuatro bloques de los que hemos hablado. Pero es conveniente hacer un esfuerzo para entender bien en qué bloque nos encontramos, porque eso nos permitirá decidir bien sobre cuál es la mejor solución.

Recordemos el principio clave para decidir bien: Debemos evitar que el cómo influya sobre el qué. Si la decisión a la que llegamos, después de haber seguido el proceso descrito anteriormente, es que lo mejor para nosotros es salir de esa relación, pero no nos vemos con fuerzas o no podemos hacerlo inmediatamente por la razón que sea, lo primero de todo es decidir salir de la relación. Comprometernos con nosotros mismos a salir de ella, a pesar del miedo a la soledad, de las inseguridades, del qué dirán. Y no nos debe temblar el pulso al tomar esa decisión porque contamos con el convencimiento de que nuestro sistema para decidir funciona correctamente. Y eso maximiza las probabilidades de tomar la decisión correcta, la que redundará en mayor beneficio para nosotros a largo plazo.

Una vez estemos comprometidos mentalmente con esa decisión, después ya encontraremos la mejor forma de ponerla en práctica teniendo todos los factores necesarios en cuenta: El dolor que pueden sufrir otras personas, las dependencias financieras y emocionales, el impacto en nuestro círculo social, en la familia, en nuestro estado de ánimo, sus consecuencias en nuestros proyectos personales y profesionales, etcétera, etcétera. Pero todo eso afecta al cómo, no al qué. Y no debe enturbiar nuestra decisión sobre el qué.

Para finalizar, existe un escenario, bastante común, que suele distorsionar nuestra capacidad de juicio sobre si conformarnos o no con una relación de pareja: La aparición de una tercera persona que introduce una posibilidad directa de comparación simultánea con nuestra pareja.

Cuando nos encontramos en uno de los cuatro bloques, sea cual sea, y nos sentimos insatisfechos, es posible que sintamos la tentación de abrirle a otra persona la puerta de nuestra mente y nuestro corazón más de lo que lo haríamos si no estuviéramos insatisfechos. Eso, por muy humano que pueda parecer, es peligroso porque distorsiona enormemente nuestra capacidad de decidir bien. La distorsiona porque nos conduce fácilmente a comparar cualidades que no son comparables. No son comparables porque esas dos relaciones no se encuentran en el mismo nivel de desarrollo. Alguien a quien acabamos de conocer y que se siente atraído hacia nosotros siempre va a prestarnos más atención, se va a reír más de nuestros chistes malos, va a ser más aventurero y va a hacer el amor más apasionadamente que alguien con el que hemos compartido diez o veinte años de relación. Sencillamente, no son situaciones comparables. Y no debemos caer en ese error. La forma de decidir bien sobre si conformarnos o no con nuestra relación de pareja es hacerlo antes de que la relación con una tercera persona distorsione nuestra visión.

Existen excepciones a esta regla. Hay ocasiones, poco frecuentes pero posibles, en las que al conocer a alguien sentimos una certeza abrumadora de que ésa es la persona con la que debemos estar. Ese tipo de certeza, cuando se produce, es algo a lo que probablemente debamos escuchar. Porque, como le dijo Clint Eastwood a Meryl Streep en Los Puentes de Madison, ese tipo de certeza sólo se produce una vez en la vida. Y generalmente conviene prestar atención a las cosas que sólo suceden una vez.

Si este post parece duro, eso no es un accidente. Las relaciones de pareja son una de las fuentes de satisfacción vital más poderosas y duraderas, pero también una de las situaciones en las que existe mayor riesgo de que el miedo a la soledad, las dependencias emocionales y financieras, las expectativas del entorno y otros desequilibrios emocionales nos enturbien la visión y nos impidan decidir bien. Por eso, en este tema Frank Spartan no va a ponerse a cantar villancicos o a leer fragmentos de Bambi a la luz de la luna para hacerte sentir mejor. Lo que quiero es que decidas bien, porque ésa es la forma más efectiva de sentirte de verdad mejor, profundamente y a largo plazo.

Es cierto que, a veces, lo que hay es más que suficiente y el problema se encuentra en nuestra propia forma de enfocar la relación o nuestra actitud. O es un problema que, a pesar de su gravedad, es temporal y debemos ser pacientes antes de tomar decisiones drásticas. Pero, otras veces, la situación es altamente insatisfactoria porque choca con nuestros valores más importantes y no tiene visos de mejorar con el mero paso del tiempo, incluso con cambios positivos en nuestro propio comportamiento. En esos casos, debemos plantearnos seriamente no conformarnos y romper esa relación a pesar de las restricciones que nos inmovilizan. Atravesar el dolor, el miedo y la culpa para pasar página y construir una situación alternativa, con otra pareja o sin ella, que conecte más con quiénes somos y lo que queremos en realidad.

A largo plazo, lo agradeceremos.

Pura vida,

Frank.

1 comentario en “¿Debemos conformarnos con nuestra relación de pareja?”

  1. Me ha encantado el artículo. Debemos siempre comprometernos con nosotr@s mism@s para avanzar. Hacernos responsables de nuestro amor. Debemos crecer en responsabilidad afectiva.

Responder a Claudia Cancelar respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.