El universo no te debe nada

En mi ciudad natal se celebra todos los años un festival de rock. Es un evento de varios días con gran afluencia de público de muchos países diferentes. Las bandas que tocan suelen ser muy variopintas, pero entre ellas siempre hay algunos nombres muy conocidos.

Recuerdo una de las veces que Frank Spartan asistió a ese festival. Era viernes y la banda cabeza de cartel eran The Killers, una banda de rock americana a la que yo llevaba escuchando mucho tiempo y cuyas canciones habían coronado muchos buenos momentos con mis amigos en establecimientos de dudosa reputación a las tantas de la madrugada.

Tras varios conciertos que les precedían, The Killers salieron al escenario en medio de una gran ovación y una fina lluvia. Cantaron sus canciones más conocidas y algunas menos conocidas. Al cabo de una hora y media, el concierto terminó, los miembros de la banda saludaron al público y se retiraron con presteza.

The Killers volaban al día siguiente a Londres para tocar en el festival de Hyde Park. Lo recuerdo muy bien porque en ese festival tocó Tom Petty, en lo que fue su último concierto en Europa antes de morir al de muy poco tiempo. Unos meses más tarde, murió Dolores O’Riordan, la cantante de The Cranberries. Recuerdo que aquellos acontecimientos me dejaron un poco cabizbajo y nostálgico durante algunos días. Sólo faltaba que Sylvester Stallone y Jean Claude Van Damme fueran juntos a comprar el periódico, les cayera encima un piano de cola y me privaran para siempre de nuevos ejemplares de esas películas que son más malas que la droga, pero que te encanta ver tumbado en el sofá a horas intempestivas.

Tras el concierto de The Killers, algunas de las personas que estaban conmigo expresaron su disconformidad con la “actitud” de la banda sobre el escenario.

No se han dejado la piel.

Ya no son lo que eran.

Es lo que pasa cuando traes a una banda famosa.

Encima les habrán pagado un pastizal.

Y otras aseveraciones de este estilo. Seguro que captas la idea.

Por lo que a Frank Spartan respecta, recuerdo que todo aquello me extrañó un poco, porque todavía sentía la electricidad que había recorrido mi cuerpo al oír mi canción favorita de The Killers, Mr. Brightside, por primera vez en directo. Vale, no había sido tan buena como aquella versión del Royal Albert Hall de Londres en 2009, ni el sonido había sido espectacular, ni el cantante se había arrancado la camiseta a tirones mientras se revolcaba por el suelo entre convulsiones. Pero, chico, ver a The Killers a  30 metros del escenario me había parecido una experiencia bastante buena.

Igual es que eres un poco rarito, Frank – podría darme por pensar.

Pero no. Ése no era el problema.

Con el paso de los años, he ido comprobando que este tipo de quejas y críticas negativas con respecto a lo que nos sucede no son la excepción que confirma la regla. Son algo habitual. La expresión de una actitud general de que tenemos derecho a una serie de cosas porque somos especiales y nos lo merecemos.

A menos que vivas en una cueva, es posible que el slogan de “Porque Tú Lo Vales” de L’Oréal te resulte familiar. Aquella fue una estrategia de marketing genial, porque dio de lleno en uno de los puntos débiles de la naturaleza humana. Despertó el interés de comprar los productos L’Oréal para satisfacer esa sed de que el mundo entero se pliegue a nuestros deseos por lo estupendos que somos.

Y como precisamente de eso va este post, vamos a bautizar esta actitud de ir de divas por la vida como la actitud «Porque Yo Lo Valgo», o «PYLV».

Cuando Frank Spartan se topa con alguien que exhibe abiertamente esa actitud PYLV, lo cual, desgraciadamente, sucede bastante a menudo, me suele venir a la cabeza el mismo pensamiento:

Relájate, colega. El universo no te debe nada.

¿Por qué esta actitud es tan frecuente?

La actitud de creer que te mereces algo o que te lo mereces más que los demás es un fenómeno que se está expandiendo en nuestra sociedad como la pólvora. El desarrollo de este fenómeno tiene su raíz en múltiples factores, aunque probablemente podamos resumirlos en dos principales:

Por una parte, existe una explicación biológica relacionada con el funcionamiento primario del cerebro, ya que interpretamos el mundo a través de él. Desde muy pequeños, vamos construyendo la visión de que somos el centro del universo y que merecemos ser tratados como tal.

Por suerte, hay una serie de mecanismos de control familiares y educativos que modelan ese impulso innato de romperle los dientes al primer niño que pasa por nuestro lado para apoderarnos de su helado de chocolate y nos van enseñando que para sobrevivir en sociedad es necesario respetar a los demás. O al menos pretender que lo hacemos.

Por otra parte, existe una explicación social, fruto de las circunstancias del entorno concreto en el que nos desarrollamos. Aquí entran en juego fuerzas de influencia del comportamiento muy poderosas, como la publicidad y el tipo de información a la que nos exponemos de forma recurrente.

En nuestra sociedad actual, resulta difícil aislarse de los mensajes que repiten incesantemente que somos especiales y que por tanto merecemos esto o aquello. Y la semilla de insatisfacción que esas fuerzas de influencia plantan en nuestro cerebro germina rápidamente a través de la facilidad de comparación con otras personas y la posibilidad de acceder a prácticamente cualquier producto o servicio con sólo chasquear los dedos a través de las nuevas tecnologías.

¿Cuál es el resultado de todo esto? Que vamos por la vida con la actitud de que nos merecemos inmediatamente cualquier cosa que queramos. Y si alguien intenta impedírnoslo se merece como mínimo una buena dosis de nuestra mala leche e incluso algún que otro mordisco en la yugular si nos toca excesivamente las narices.

Seguro que te has topado con más de una persona que encaja en esta descripción:

  • El alumno que exige aprobar sin haber estudiado lo suficiente.
  • El amigo que exige que estés disponible para acudir a sus planes aunque tengas otras cosas que hacer o no te apetezca ir.
  • El familiar que exige que todos le esperen hasta que termine sus tareas.
  • El cliente que exige que el dependiente le atienda antes de atender a otros clientes.
  • La pareja que exige tu atención y que dediques tus esfuerzos en satisfacer sus deseos en todo momento.
  • El fan que exige que sus ídolos lo den todo sobre el escenario cuando se encuentra entre el público.
  • El hincha que exige que los jugadores sacrifiquen sus deseos de crecimiento para mantener fidelidad al club.

Alguno de éstos te suena, ¿verdad que sí?

¿Cuáles son las consecuencias de desarrollar esta actitud?

Esta forma de enfocar el mundo se encuentra muy implantada en nuestra mente. Apenas nos damos cuenta de su existencia, porque hemos crecido envueltos en un bombardeo de comunicación constante que la promueve. Sin embargo, la actitud PYLV no nos ayuda en absoluto. De hecho, contribuye a que formemos una estructura emocional con pies de barro que se viene abajo al primer golpe de viento.

Veamos algunas de sus consecuencias:

1. Aumenta las probabilidades de que nos sintamos decepcionados

Cuando vamos con actitud de reyes del mambo o reinas de Saba por la vida, tenemos más probabilidades de que nuestras expectativas no se vean satisfechas. De que nuestros amigos no respondan con la amabilidad y consideración que esperamos, de que nuestro jefe no reconozca nuestra valía profesional, de que la chica que nos dio el teléfono en aquel bar no nos devuelva la llamada.

El no poder satisfacer esas expectativas lleva inevitablemente a la frustración, a la tristeza, al enfado, a la inestabilidad interna. Al alimentar la actitud PYLV estamos abriendo las puertas de nuestra casa de par en par con un cocktail de bienvenida al desequilibrio emocional, invitándole a que se quede tocando las narices y contando chistes malos tanto como le apetezca. Como si no tuviéramos bastantes baches emocionales que tapar ya en nuestras complicadas vidas.

Natural, sí. Estúpido, también.

2. Nos desconecta de asumir la responsabilidad de lo que nos sucede

Cuando enfocamos la vida con la actitud PYLV y nos sentimos decepcionados porque las cosas no salen como esperamos, tendemos a culpar a los agentes externos.

Recordemos que el núcleo de esta actitud es la creencia de que somos el centro del universo, y cuando esa creencia se instaura en nosotros resulta muy difícil hacer actos genuinos de contrición y aceptar nuestra parte de responsabilidad cuando las cosas no salen bien. Por eso, cuando obtenemos un mal resultado o nos sucede algún acontecimiento que nos afecta negativamente, tendemos a buscar culpables fuera. El jefe, el amigo, nuestra madre, el vecino, los políticos, el viento del Norte, el gato.

Cuando funcionamos con esta actitud, huimos de nuestra propia responsabilidad como si fuera una enfermedad venérea. Y eso es el lastre más pesado que podemos incorporar a nuestra vida, porque elimina la posibilidad de autocorrección y desarrollo personal, hundiéndonos en la indolencia y la mediocridad.

¿Aprecias algo de indolencia y mediocridad en los comportamientos de la gente? ¿Quizás a veces en el tuyo propio? Pues de aquí es de donde surgen.

3. Dificulta nuestras relaciones personales

La actitud de creernos el ombligo del mundo nos lleva a imponer exigencias a las personas con las que nos relacionamos. Consciente o inconscientemente, proyectamos sobre ellos nuestras expectativas y reaccionamos de malos modos cuando éstas no se cumplen. Y eso no crea relaciones basadas en la libertad y el equilibrio emocional, sino relaciones basadas en el utilitarismo y la dependencia.

Por si esto fuera poco, hay otra cosa.

¿Qué suele suceder cuando experimentamos decepción y frustración con frecuencia, y a la vez creemos que la responsabilidad de que estemos experimentando esos sentimientos no tiene nada que ver con nosotros?

Exactamente. Nos volvemos negativos, huraños, criticones, quejicosos. Personas con las que compartir tiempo resulta un auténtico coñazo. Y la gente huye de ese tipo de personas como de la zona de impacto de una bomba fétida.

4. Torpedea nuestra salud financiera

Además de las convulsiones emocionales y relacionales que genera, la actitud PYLV nos vacía la cartera. La creencia de merecer un trato especial y el anhelo de que los demás lo reconozcan nos impulsa a seguir el atajo que creemos que nos lleva a ese destino lo más rápido posible: Gastar.

En nuestra sociedad occidental, el dinero es la vía que más rápido le hace a uno sentirse especial. La que más rápido atrae la atención y la admiración de otros. Y aunque esa atención y admiración no sean otra cosa que un mero espejismo que se esfuma con la rapidez con la que estalla una pompa de jabón, cuando creemos que merecemos ser especiales caemos en la trampa de gastar en exceso con suprema facilidad.

Una vez entramos en esa espiral, las cosas se complican. Las restricciones financieras empiezan a apretarnos el gaznate como una boa constrictor y nuestra capacidad de cambiar de rumbo cuando sentimos la llamada de nuestra voz interior se reduce drásticamente. Lentamente, nos vamos quedando sin aire. Y quedarse sin aire no mola un carajo. La vida se convierte en una lucha contra una inagotable tormenta.

5. Nos desincentiva a vivir con intención

Finalmente, y como consecuencia de todo lo anterior, el navegar con actitud PYLV provoca que las emociones dirijan la mayoría de nuestras decisiones. Vivimos para atender las erráticas llamadas de nuestro ego, el cual se encuentra anclado a unas expectativas de satisfacción que resultan imposibles de alcanzar. En esta situación, nuestros valores y nuestra filosofía de vida, la brújula más fiable para tomar decisiones importantes, pasan a un segundo plano y las emociones agarran el timón.

Y las emociones, aunque nos proporcionen ciertas referencias que debemos tener en cuenta, no son la base más fiable para tomar decisiones importantes. Especialmente cuando surgen de una posición de desequilibrio interior como la que esta perniciosa actitud PYLV suele promover.

Las emociones que surgen de una posición de desequilibrio interior nos empujan a hacer cosas que nos alejan de lo que es correcto, de lo que nos beneficia, de lo que nos acerca más a nuestros objetivos. En una palabra, nos desincentivan a vivir con intención.

El antídoto contra la actitud PYLV

A estas alturas es posible que te estés preguntando cuál es la forma más efectiva de neutralizar esta actitud PYLV, o mejor aún, de prevenirla cuando todavía no se ha presentado en escena. Y aunque es muy posible que haya más de una manera de conseguirlo, Frank Spartan se va a ceñir a la que le ha resultado, por goleada, la más efectiva de todas: Practicar el agradecimiento.

Esto te puede parecer una soberana chorrada a primera vista, pero practicar el agradecimiento regularmente provoca cambios muy sustanciales en tu forma de enfocar todo lo que te sucede. Y ese cambio de enfoque es tremendamente valioso para tu bienestar y tu capacidad de sentirte feliz. Tanto es esto que cuando pensé hace poco en qué regalo especial podía hacerle a un gran amigo para expresar – tanto a él como a mí mismo – el cariño que le tenía, elegí regalarle un diario de agradecimientos.

¿Por qué? Porque quiero que se sienta feliz. Y es que, además de la correlación positiva entre felicidad y agradecimiento (la gente que se siente feliz tiende a sentirse más agradecida por lo que tiene), esa misma correlación positiva existe en sentido contrario (la gente que practica el agradecimiento tiende a sentirse más feliz).

Practicar el agradecimiento te permite centrarte en el momento presente y valorar lo que tienes. Favorece el autocontrol y el equilibrio interior. Desarrolla el sentido de la responsabilidad y la autoestima. Facilita la atracción de los demás al hacernos más optimistas, más positivos, más agradables. Impulsa hacia delante nuestra salud financiera a través del ahorro que surge de la apreciación genuina de lo que ya tenemos, que es mucho. Y nos permite decidir con la brújula puesta en nuestros valores y desde una posición de equilibrio interior, en lugar de confiar nuestro destino a nuestras inestables emociones.

En otras palabras, produce el efecto diametralmente opuesto al que produce la actitud PYLV.

Para que entiendas esto de forma un poco más gráfica, veamos cómo enfocarían un par de situaciones una persona con la actitud PYLV y una persona con actitud de agradecimiento:

Situación 1: Tu jefe no quiere ascenderte o subirte el sueldo

Actitud PYLV: Es un capullo. No sabe apreciarme. Debería darse cuenta. Esta mierda de oficina está llena de favoritismos. Voy a ver si encuentro a alguien por ahí para despotricar un poco sobre la injusticia del mundo.

Actitud de agradecimiento: Agradezco tener este trabajo y poder pagar las facturas. Vivir en una sociedad en la que impera la libertad de expresión y en la que existen oportunidades para crecer profesionalmente. Tener la oportunidad de mejorar en la manera en la que hago mi trabajo y cómo me comunico para que mi jefe perciba mejor mi contribución y mi capacidad.

Situación 2: La banda de rock (o tu equipo de fútbol, si lo prefieres) no lo da todo en el escenario

Actitud PYLV: Las bandas de ahora no son como las de antes. Qué poco profesionales. Se podía haber traído a alguien igual de bueno que no cobrara tanto dinero por tocar. Voy a ver si encuentro a alguien por ahí para despotricar un poco sobre la mierda de concierto que ha sido y sobre la organización del evento.

Actitud de agradecimiento: Agradezco que alguien haya decidido correr el riesgo de montar un negocio que permite que los amantes de la música puedan tener contacto directo con sus artistas preferidos. Poder disfrutar de esa experiencia pagando un dinero que puedo ganar con menos de un día de trabajo. Que alguien inventara un líquido llamado cerveza que fluye misteriosamente por unas tuberías metálicas con sólo accionar una palanquita y que hace la experiencia aún mejor de lo que ya es.  Y poder hacerme fotos de mi cara bonita con el escenario de fondo y mandárselas a todos mis amigos, gracias a que alguien decidiera dedicar su tiempo y arriesgar su dinero para inventar una tecnología de comunicación móvil y hacerla accesible a todo el mundo en cualquier parte por un precio irrisorio.

Ahora dime: ¿Quién de estas dos personas tiene más probabilidades de irse a dormir satisfecha con su día? ¿Quién de las dos tiene más probabilidades de sentirse feliz a lo largo de una vida?

Amigo o amiga PYLV: Relax. Deja de quejarte tanto y muestra un poco de agradecimiento. El universo no te debe nada de nada, pero has nacido con la suerte de vivir en una de las mejores épocas de la historia de la humanidad, si no la mejor de todas.

Realmente… ¿qué narices has hecho tú para merecer eso? ¿Eh?

Pensamientos finales

Como hemos visto, practicar una actitud de agradecimiento resulta mucho más útil para obtener felicidad y satisfacción que la – tristemente extendida y popular – actitud PYLV.

Es posible que hayas captado que los ejemplos teóricos de comportamiento de una persona con actitud PYLV y otra con actitud de agradecimiento que hemos descrito con anterioridad son un poco extremos. Y tienes razón. Lo hemos hecho así para ilustrar mejor la idea, pero la mayoría de nosotros no nos encontramos en los extremos, sino en algún punto entre un extremo y el otro.

Sin embargo, si examinas tus comportamientos y reacciones con sinceridad, es posible que compruebes que te encuentras más cerca del extremo PYLV que del otro extremo. Eso no es ningún drama, de hecho la mayoría de nosotros estamos ahí. Pero es importante ser consciente de ello, porque la acumulación de esos pequeños detalles durante mucho tiempo tiene un gran impacto. Sobre ti, porque afecta a tu capacidad de disfrutar de la vida. Y sobre todos nosotros, porque cuando muchas personas se comportan así, el mundo se convierte poco a poco en un lugar frío, taciturno y poco acogedor.

Y no tiene por que ser así.

Por esta razón, si sientes que la actitud PYLV está ganando terreno en tus comportamientos y reacciones, tienes trabajo que hacer. Igual que muchos de nosotros, por nuestro propio bien. Es cierto que a veces la desgracia nos toca en el hombro con su gélida mano y resulta muy difícil practicar y sentir el agradecimiento, pero es precisamente en esos casos cuando más importante es hacerlo.

¿No sabes por dónde empezar? Tranquilidad y buenos alimentos. Frank Spartan está aquí para echarte una mano con una idea muy sencilla de poner en práctica:

  • Primero, compra un diario de agradecimientos. Físico, nada de digital. Cuando escribes con tu puño y letra se interiorizan mejor las cosas.
  • Segundo, escribe algo en él.  No tiene por qué ser a diario, una vez a la semana está bien para empezar. Cosas por las que te sientes agradecido, que seguro descubres que hay muchísimas. Sólo tienes que pensar un poco en todo lo que podría ser mucho peor de lo que ahora es.
  • Tercero, observa lo que sucede cuando lo haces durante algún tiempo.

¿Demasiado fácil? Mejor. Así no tienes ninguna excusa para no hacerlo.

Pura vida,

Frank.

4 comentarios en “El universo no te debe nada”

  1. No puedo estar más de acuerdo, y los ejemplos son muy ilustrativos. El sentimiento de gratitud es algo que nos mejora la vida, deberíamos practicarlo más. Gracias Frank!

  2. Incluso en los momentos más complicados hay motivos por los que agradecer. No exagero al decir que creo que es la actitud vital que nos puede hacer más felices. Completamente de acuerdo Frank¡

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