¿Cómo nos afecta la suerte?

“Suerte” es una palabra con la que todos estamos familiarizados. ¿Quién no ha pensado alguna vez en “qué suerte” o “qué mala suerte” ha tenido cuando le ha ocurrido algo inesperado?

Por lo general, solemos hablar de la suerte en el contexto de un acontecimiento que creíamos poco probable, pero que, por alguna razón, nos sucede. Sin embargo, aunque el acontecimiento en sí sea el mismo, no todos le damos a esa “suerte” el mismo significado.

Por ejemplo:

  • Algunos de nosotros contemplamos la suerte como mero azar. Como algo desprovisto de cualquier significado que no sea el funcionamiento arbitrario de un caos oscuro y frío, cuyos hilos nadie controla y que nosotros, criaturas impotentes, no podemos hacer nada para evitar. Interpretamos ese acontecimiento poco probable que nos sucede pintando un cuadro en nuestra mente con una paleta que no tiene colores.
  • Otros, por el contrario, preferimos usar algunos colores para pintar ese cuadro mental. Decidimos otorgarle a ese acontecimiento poco probable un significado cósmico o religioso por el que un poder superior nos toca el hombro con su varita mágica, en el caso de la buena suerte, o nos echa el mal de ojo, en el caso de la mala suerte. No entendemos exactamente por qué demonios lo hace, pero la verdad es que eso nos da un poco igual. Lo que nos importa es que signifique algo.
  • Finalmente, otros llevamos el colorido un poco más allá. Creemos que hemos nacido con estrella y estamos convencidos de que el universo, por nuestra cara bonita, insufla constantemente en nuestras vidas un manantial interminable de buena suerte. O creemos lo contrario, que somos unos gafes malnacidos y que, hagamos lo que hagamos, atraeremos miserias a nuestra vida con un imán invisible y nos daremos de bruces con una desgracia tras otra.

La mayoría de los seres humanos estamos en los dos últimos grupos. Y es que nos encanta dar significados diversos a todo lo que el universo, caprichosamente, nos lanza. No llevamos nada bien contemplar la idea de que las cosas a veces suceden sin ninguna razón, porque ello chocaría frontalmente con la creencia egoica de que somos el centro del mundo y todo sucede en torno a nosotros.

Y claro, esto tiene sus consecuencias en cómo navegamos por la vida.

Las consecuencias de nuestras creencias sobre la suerte 

Nuestras creencias sobre la suerte provocan que nos comportemos de una manera o de otra. Actúan a un nivel muy sutil de la conciencia, pero tienen una gran influencia en la forma en la que tomamos decisiones.

Si creemos que la voluntad de un poder superior determina los acontecimientos que nos suceden, actuaremos de cierta manera. Si creemos que estamos predestinados a tener buena o mala suerte, actuaremos de otra. Y si creemos que las cosas suceden sin ninguna razón, actuaremos de otra diferente.

Estos diferentes enfoques sobre la suerte tienen, por ejemplo, una gran influencia en el grado de responsabilidad personal que decidimos adoptar y nuestra perspectiva sobre el riesgo.

Por ejemplo, si creemos que atraemos mala suerte hagamos lo que hagamos, es posible que no intentemos mejorar las cosas y que prefiramos salvaguardar el status quo sin correr demasiados riesgos. Si creemos que tenemos buena suerte de serie, es posible que renunciemos a esforzarnos para conseguir nuestros objetivos o que nos veamos inclinados a correr riesgos estúpidos. Y si creemos que el universo es frío e indiferente, es posible que adoptemos mayor responsabilidad e intentemos crear nuestro propio destino, pero también es posible que caigamos en la pasividad, la desesperanza y el nihilismo.

Es cierto que hay otros factores que también tienen un peso muy relevante en la postura que decidimos adoptar. Nuestros atributos de personalidad, nuestras circunstancias y los valores que nos inculcan mientras crecemos afectan al tipo de actitud que mostramos a la hora de enfrentarnos a estas cuestiones.

Pero es indudable que nuestras creencias sobre la suerte determinan en muy alto grado el que nos inclinemos, de forma prácticamente inconsciente, hacia un lado o hacia el otro, tanto en nuestras decisiones vitales más importantes como en las relativamente triviales.

En este contexto, una pregunta muy interesante es la siguiente:

¿Cuál es la forma más constructiva de enfocar la suerte? ¿Qué tipo de perspectiva sobre ella puede resultarnos más útil en la vida?

Antes de responder, voy a contarte una historia.

Había una vez un chico llamado Federico. Federico era una persona ambiciosa, que estudió y trabajó muy duro para encontrar un trabajo bien pagado y socialmente reconocido que le permitiera sentirse una persona de éxito. También era una persona muy social, que invertía tiempo y esfuerzo en sus relaciones personales.

Un día, Federico encontró ese trabajo como empleado en una gran corporación. Su inteligencia, compromiso y ambición le ayudaron a promocionar dentro de la jerarquía de la empresa rápidamente. Ya podía tocar su gran objetivo con la punta de los dedos.

De repente, Federico desarrolló una condición respiratoria de cierta gravedad. Empezó a verse desbordado con cuadros frecuentes de ansiedad y no tuvo otro remedio que abandonar su empleo por motivos de salud, justo cuando estaba a punto de conseguir todo lo que siempre había querido.

A raíz de aquel acontecimiento, Federico entró en una fase ociosa y oscura maldiciendo su mala suerte. Creía que el universo había sido injusto con él, porque había trabajado muy duro y merecía conseguir su objetivo.

Al de unos seis meses, un amigo le llamó y le ofreció un trabajo. En aquel momento no le pareció el mejor trabajo del mundo, pero lo aceptó.

¿Y qué sucedió después de varios años?

Lo que sucedió es que Federico es más feliz en lo profesional y en lo personal de lo que nunca había sido antes. Y muy probablemente más de lo que nunca habría sido si hubiera conseguido aquello que tanto anhelaba. Sus palabras, no las mías.

Qué suerte tuvo, ¿verdad?

Quizá sí.

O quizá no sea tan simple como eso.

La diferencia entre suerte y probabilidad

Hemos hablado sobre las diferentes interpretaciones y significados que las personas suelen dar a la suerte. Todos ellos parecen diferentes entre sí, pero comparten una idea troncal común: La creencia de que estamos hablando de algo sobre lo que no tenemos ningún control. Interpretamos los acontecimientos “improbables” que suceden de diversas maneras, pero no podemos hacer nada para provocar que sucedan.

Esto parece obvio, ¿no es así?

Sin embargo, por muy obvio que parezca, la historia no acaba ahí. Hay un invitado sorpresa que aún no ha hecho su aparición en escena. Un elemento que en la práctica es mucho más importante que la suerte en sí, porque es algo sobre lo que sí tenemos control.

Y ese elemento no es otra cosa que la probabilidad.

Entender cómo funciona la probabilidad es una habilidad clave para la vida. Y no me refiero tanto a la probabilidad estrictamente matemática, sino a la probabilidad vital.

¿A qué me refiero con probabilidad vital?

La probabilidad vital indica qué resultados son más probables como consecuencia de tomar una u otra decisión en las diferentes dimensiones de nuestra vida.

El problema de la probabilidad vital es que no puede estar tan basada en las matemáticas como la probabilidad general, porque por definición esas decisiones no tienen una historia de repetición que nos permita calcular esa probabilidad con números. No es como juzgar la probabilidad de que haya un accidente de coche, sobre lo cual disponemos de amplias estadísticas y series históricas, o de que salga un número determinado en la ruleta del casino, sobre lo cual tenemos los escenarios posibles perfectamente acotados.

No, las decisiones a las que aplica el concepto de probabilidad vital están ligadas a acontecimientos únicos o acontecimientos con escasas repeticiones, lo que hace que las matemáticas o la estadística no tengan mucho peso en el asunto. Son decisiones como qué estudiar, qué carrera elegir, qué tipo de pareja escoger, o si correr o no determinados riesgos. En este tipo de decisiones, lo que más pesa para juzgar correctamente la probabilidad de tener éxito no son las matemáticas, sino la intuición. O mejor dicho, la intuición fundada.

¿Fundada en qué?

Depende del aspecto concreto sobre el que estemos decidiendo, pero por regla general intuición fundada en la propia observación, en la opinión de expertos con credibilidad contrastada en la materia y en nuestra familiaridad con precedentes similares que nos ofrezcan pistas relevantes de causa-efecto, aunque no sean situaciones totalmente idénticas a ésa en la que nos encontramos.

Esto puede sonar complejo, pero no lo es. Te pondré un ejemplo.

Digamos que la salud es algo importante para mí y que quiero protegerme del riesgo de tener problemas graves en el futuro, o que al menos me interesa retrasarlos todo lo posible. Podría considerar dos estrategias diferentes para conseguir este objetivo:

  1. Contratar un seguro médico de cobertura sanitaria muy amplia, hacerme chequeos frecuentes y seguir trabajando las mismas horas en mi estresante ocupación para conseguir promocionar a una posición de mayor estatus, sin hacer demasiado ejercicio y con una dieta poco saludable.
  2. Hacer un esfuerzo consciente para ir trabajando cada vez menos horas, aunque ello redunde en peores posibilidades de promoción profesional, y dedicar parte de ese tiempo a hacer ejercicio regular y construir unos hábitos alimenticios más sanos.

Una vez tomada la decisión, saltamos en el Delorean de Regreso al Futuro, avanzamos unos pocos años y vemos que he sufrido un grave ataque al corazón, algo que puede pasarnos a todos. Es el embrujo indescifrable del azar.

La pregunta clave es ésta:

¿Con cuál de las dos estrategias anteriores tengo más probabilidades de evitar que eso suceda? ¿Qué estrategia tiene mayor probabilidad vital?

Evidentemente, la segunda. Sabemos lo que dicen los médicos al respecto. Conocemos muchos casos de personas que se cuidan y tienen un aspecto fantástico a edad avanzada. Y nuestra propia intuición apunta hacia ahí. En nuestro fuero interno, sabemos cuál es la opción de mayor probabilidad vital, aunque no conozcamos la probabilidad matemática.

Todos hemos oído historias de algún conocido con hábitos saludables al que le dio un ataque al corazón. Pero la lectura correcta de esa historia no es “nunca sabes lo que va a pasar, así que da igual lo que hagas”. La lectura correcta es que eso es poco probable. Por eso esas historias se cuentan tanto. Porque son, en cierto modo, sorprendentes.

Pues bien, esta idea de juzgar con acierto la probabilidad vital de las diferentes alternativas puede aplicarse a prácticamente todas las dimensiones relevantes de tu vida.

Veamos algunas de sus variantes.

Educación

Si quieres una educación útil para los tiempos actuales, donde todo cambia con velocidad vertiginosa, has de concentrarte en adquirir habilidades valiosas, no títulos.

Generalmente, esas habilidades no se cultivan en el sistema educativo tradicional, lo que implica que deberás tomar la iniciativa y desarrollarlas por tu cuenta. Aspectos como hablar en público, debatir, técnicas de venta, pensamiento lateral, habilidades sociales, copywriting, estudiar o trabajar en otros países y conocer otras culturas, experiencias de emprendimiento, etcétera, etcétera.

La mayoría de lo que aprendas en el sistema educativo tradicional lo podrá aprender también un robot. La combinación de habilidades clave no. O al menos, no tan rápido. Tu capacidad de supervivencia y adaptación en el ámbito laboral dependerá cada vez más de esas habilidades clave, no de los títulos académicos.

Depender exclusivamente del sistema de educación tradicional para el desarrollo de competencias tiene una probabilidad vital baja. Tomar la iniciativa para adquirir formación adicional y experiencia en habilidades clave tiene una probabilidad vital alta.

Carrera profesional

Si quieres una carrera profesional satisfactoria a largo plazo has de concentrarte en desempeñar una actividad que te permita conectar con quién eres realmente.

Generalmente, cuando las personas eligen una carrera profesional o se mueven de un puesto de trabajo a otro, lo que buscan son recompensas externas como estatus, reconocimiento social o retribución económica. Que el contenido del trabajo en sí encaje con su identidad y sus deseos profundos es algo que suelen dejar en un segundo plano, si es que lo consideran en absoluto. Y con el tiempo eso redunda en una profunda desconexión con ellas mismas y da lugar a una creciente, pesada y desagradable sensación de vacío.

Priorizar la conexión con nosotros mismos al elegir nuestra ocupación puede obligarnos a renunciar a recompensas materiales a corto plazo, pero tiene más visos de llevarnos a un tipo de actividad más vocacional, a desarrollar relaciones laborales más prósperas y a maximizar nuestra felicidad profesional a largo plazo.

Una carrera profesional centrada en la satisfacción externa es una opción de probabilidad vital baja. Una carrera profesional centrada en la conexión con uno mismo es una opción de probabilidad vital alta.

Mentalidad

Si quieres una mentalidad que te ayude a conseguir lo que quieres has de alimentar la aceptación de tu responsabilidad personal en casi todo lo que te sucede.

Generalmente, cuando las personas empiezan a interactuar con el mundo tienden a eludir su responsabilidad si las cosas no salen bien. La actitud de culpar a otros de nuestras miserias está muy extendida socialmente y es muy tentadora para preservar la integridad de nuestro ego.

Es muy sencillo autojustificarse de que no has sido esto o no has conseguido aquello por culpa de alguien o de algo, porque de esa forma evitas el dolor. De esa forma no tienes de aceptar que podrías haber hecho algo más o podrías haber hecho algo mejor, que no lo hiciste porque no quisiste o no supiste, y que muy probablemente depende de ti, y de nadie más, hacerlo mejor la próxima vez.

Desarrollar la responsabilidad personal es doloroso, pero ésa es la forma de crecer. Ésa es la forma de hacernos más efectivos a la hora de conseguir nuestros objetivos. Ésa es la forma de reducir la influencia del azar, porque estimula nuestro deseo de mejorar y nuestra capacidad de solucionar problemas.

Alimentar la mentalidad de culpar a los demás o buscar excusas en el exterior cuando las cosas no salen bien es una opción de probabilidad vital baja. Alimentar la mentalidad de asumir nuestra responsabilidad personal es una opción de probabilidad vital alta.

Relaciones de amistad

Si quieres unas relaciones de amistad satisfactorias, has de dedicar tiempo y esfuerzo a desarrollarlas y mantenerlas.

Generalmente, cuando nuestra vida empieza a llenarse de responsabilidades y obligaciones, tendemos a prestar atención a lo más urgente. Y los amigos no suelen entrar en esa categoría, porque creemos, inocentemente, que como son nuestros amigos no necesitan tanto nuestra atención. Creemos que una vez les hemos puesto la etiqueta de amigo y ellos la han aceptado, esa etiqueta perdurará intacta por los siglos de los siglos con independencia de lo que hagamos o dejemos de hacer.

Pero las cosas no funcionan así en la práctica. Las personas evolucionan. Y si no acompañamos esa evolución con suficiente atención, es muy posible que la conexión que antaño existió se pierda o se diluya significativamente. Puede que eso suceda en cualquier caso, pero sin dedicar esa atención y crear momentos compartidos con cierta frecuencia será mucho más probable que lo haga.

Y cuando esa conexión se va deteriorando, con el paso de los años sentimos que nuestras relaciones de amistad no son del todo satisfactorias. Que ya no encajamos tan bien con nuestros supuestos amigos. Seguimos frecuentando su compañía de vez en cuando, pero nos sentimos solos e incomprendidos. Sentimos que aquella red de protección que teníamos debajo cuando éramos más jóvenes ya no es tan fuerte y tan sólida como antes. Y empezamos a albergar dudas de si aguantará nuestra caída.

Esa red de contención tiene mucha más importancia de lo que puede parecer a primera vista. Puede salvarte en los momentos más difíciles. Si no me crees, pregunta a Federico.

Asumir que tus amigos continuarán siendo tus amigos aunque no les prestes demasiada atención y no construir otras relaciones personales de calidad es una opción de probabilidad vital baja. Dedicar tiempo y esfuerzo a hacerlo es una opción de probabilidad vital alta.

Relaciones de pareja

Si quieres una relación de pareja satisfactoria a largo plazo, has de elegir a una persona compatible contigo.

Generalmente, cuando decidimos si tiene sentido comprometerse con alguien a largo plazo o no, le damos mucho peso a dos cosas: Las emociones y la inercia. Si sentimos emociones relativamente fuertes por esa persona y/o llevamos un tiempo de relación con ella sin demasiadas catástrofes, solemos concluir que no necesitamos saber mucho más. Ya podemos casarnos, tener hijos, comprar una casa juntos y tatuarnos su nombre en el trasero en letras fosforito. 

Pero eso no basta. Porque esa persona puede no ser demasiado compatible contigo en atributos de personalidad, valores u objetivos vitales. Y si fuera así, esa incompatibilidad explotará como un volcán en tus narices a medida que ambos atravesáis diferentes etapas de la vida.

El amor romántico no es suficiente para derrotar al azar. Hace falta una base más esencial, más sólida y más profunda de compatibilidad y de hábitos de comportamiento en pareja para que las probabilidades estén a tu favor. 

Comprometerte con una persona escuchando exclusivamente a tus emociones y dejándote llevar por la inercia es una opción de probabilidad vital baja. Tener eso en cuenta, pero basar el grueso de tu decisión en la compatibilidad mutua es una opción de probabilidad vital alta.

Finanzas personales

Si quieres libertad en tu vida, has de poner en orden tus finanzas personales. Y si quieres tener tus finanzas personales en orden, has de desarrollar hábitos financieros inteligentes. En esencia, saber ahorrar y saber invertir.

Generalmente, las personas no se enfocan proactivamente en sus finanzas personales como un objetivo en sí mismo. Lo que hacen es adecuar automáticamente sus gastos a su nivel de ingresos, sin plantearse si podrían ser suficientemente felices viviendo con menos o no, y después ir incrementando su nivel de vida en paralelo con el crecimiento de sus ingresos o su capacidad de endeudamiento. Y si les quedan algunos ahorros, compran lotería para alimentar durante unos días su sueño húmedo de romper las cadenas que les oprimen y conseguir la libertad.

[Paréntesis: Después de escribir esto, Frank Spartan siente como si le hubieran clavado un puñal malayo en el corazón y retorcido la empuñadura.]

Si quieres que tus finanzas personales te proporcionen esa sensación de desahogo y libertad que anhelas, el único camino fiable es gastar menos de lo que ganas, invertir la diferencia en algo que se ajuste a tu perfil de riesgo y cuya rentabilidad supere la inflación, y repetir el mismo proceso una y otra vez durante un tiempo prolongado. Punto final.

Comprar lotería no es una estrategia financiera. Es una soberana chorrada. Y si decides hacerlo, debes hacerlo con pleno conocimiento de causa de que es una soberana chorrada, porque la probabilidad de que consigas lo que deseas es infinitesimal y la probabilidad de que pierdas tu dinero es descomunal.

Si te divierte hacerlo, be my guest, pero luego no te quejes de que te aprieta el cinturón y de que no tienes libertad para elegir otras opciones vitales, porque seguro que esa forma de decidir se extiende a otras áreas de tu vida además de comprar lotería, como multitud de otras cosas que no necesitas e «inversión» en criptomonedas, acciones individuales de compañías cotizadas u otras cosas que son cool y están muy de moda, pero de las que no tienes ni pajolera idea.

Dar rienda suelta a tus deseos, gastar todo lo que ganas e “invertir” tu dinero en cosas en las que tienes baja probabilidad de ganar es una opción de probabilidad vital baja. Desarrollar autocontrol, adoptar el hábito de disfrutar de la vida gastando menos de lo que ganas e invertir la diferencia en alternativas con una historia sólida de rentabilidad a largo plazo es una opción de probabilidad vital alta.

Hábitos de consumo de información

Si quieres tener una mente despierta y desarrollar tu capacidad de pensamiento crítico para tomar mejores decisiones, debes elegir cuidadosamente a qué tipo de información te expones regularmente.

Generalmente, las personas nos vemos atraídas hacia contenidos de baja calidad, porque son esos contenidos los que se publicitan de forma más agresiva a través de las plataformas que más utilizamos. Antes de que nos demos cuenta, nos pasamos el día viendo la tele, leyendo noticias falsas en Facebook, siguiendo airadas discusiones en Twitter o viendo fotos trucadas de nuevos famosos en Instagram luciendo sus blancas sonrisas y lanzando mensajes insustanciales sobre los temas más variopintos.

Y esto puede parecer un hábito inocuo, un mero entretenimiento con el que no hacemos daño a nadie. Pero al cabo de un tiempo nuestra visión del mundo y nuestra capacidad de pensar con claridad se resienten.

Para agudizar la mente y tener una visión del mundo más equilibrada y constructiva, hemos de elegir fuentes adecuadas de información. Y esto no es sencillo, porque esas fuentes no son tan visibles. No están tan publicitadas ni llaman tanto la atención como las otras. Por eso la cuota de atención que ocupan en nuestras mentes es tan pequeña.

Los libros. Los documentales. Los debates sobre aspectos relacionados con valores. Los blogs, podcasts o canales de Youtube de autores especializados en disciplinas que te interesan. Las personas en Twitter que dicen cosas que te ayudan a pensar. Las historias del pasado de tus mayores. Las conversaciones con amigos que quieren lo mejor para ti, en las que compartes tus inquietudes y escuchas las suyas.

Esas fuentes de información están ahí y son fácilmente accesibles. Pero para llegar a ellas debes reducir las horas que dedicas a las fuentes que no contribuyen a que consigas tus objetivos vitales, porque el tiempo del que dispones no es ilimitado. Has de eliminar para poder añadir.

Exponerte a contenidos que no te ayudan a pensar con claridad para matar el tiempo es una opción de probabilidad vital baja. Exponerte a contenidos que contribuyen a tu desarrollo personal y estimulan tu pensamiento crítico es una opción de probabilidad vital alta.

Conocimiento de uno mismo

Si quieres sentirte feliz y en equilibrio a medida que navegas por las diferentes etapas de la vida, has de desarrollar el interés por conocerte a ti mismo y adoptar hábitos que te ayuden a ello.

Generalmente, las personas suelen verse fuertemente influenciadas en sus decisiones por su necesidad de sentirse aceptadas. Esta necesidad suele acompañarnos durante una gran parte de nuestra vida y provoca que tendamos a elegir aquello que está avalado por los demás y que tendamos a desear lo que los demás desean.

Eso es natural y humano. El problema es que con ese modus operandi a la hora de tomar decisiones, es muy posible que, si tenemos éxito en lo que pretendemos, acabemos conquistando un lugar que la sociedad valora, pero que no encaje en absoluto con quiénes somos y qué queremos realmente.

Puede que tengamos un tipo de trabajo, de pareja, de familia, de ocio, de círculo social y que vivamos en un barrio que sea considerado un “éxito” desde la perspectiva de nuestro entorno de referencia y las personas con las que nos relacionamos, pero que no conecte bien con nosotros mismos. Puede que hayamos desarrollado un tipo de personalidad que encaje con ese molde social, pero que no sea nuestra voz más auténtica. Puede que creamos que debemos perseguir unas metas consistentes con las expectativas de los demás, pero que intuyamos en nuestro fuero interno que en el fondo no significan gran cosa para nosotros.

Esto es extraordinariamente común. No puede ser de otra manera, porque no solemos desarrollar el hábito de escucharnos y entendernos a nosotros mismos. Preferimos escuchar el ruido ensordecedor que nos rodea y asegurarnos de que no desentonamos demasiado con lo que se espera de nosotros.

Pero eso no es el camino más directo hacia la felicidad. Para disponer de una brújula fiable hacia la felicidad has de trabajar proactivamente en conocerte a ti mismo y basar tus decisiones más importantes en ese conocimiento adquirido.

Pasar tiempo solo. Reflexionar. No hacer nada durante unos minutos al día. Caminar en la naturaleza. Meditar. Escribir sobre temas que te interesen para entender mejor cómo piensas. Leer cosas que provoquen que te hagas preguntas. Mostrar tu vulnerabilidad compartiendo pensamientos personales íntimos con personas en las que confías. Observar cómo interpretas tus emociones y cómo esas interpretaciones impulsan tus actos. Escribir un diario.

Todas estas cosas, y muchas otras, te ayudarán a construir tu brújula personal. Y el hábito de practicarlas a menudo te ayudará a que esa brújula sea cada vez más exacta.

Basar tus decisiones en el deseo de satisfacer las expectativas de los demás es una opción de probabilidad vital baja. Trabajar para conocerte mejor a ti mismo y basar tus decisiones en ese conocimiento adquirido es una opción de probabilidad vital alta.

Y muchos, muchos más

Esto no acaba aquí. Las posibilidades de desarrollar creencias, actitudes, hábitos de conducta y decisiones con este criterio en mente son ilimitadas. Veamos algunas de ellas:

  • Ser optimista
  • Protegerte contra los riesgos que, de materializarse, pueden tener un gran impacto en tu vida aunque parezcan poco probables
  • Sonreír
  • Ser puntual
  • Escuchar con atención
  • Mirar a los ojos
  • Hablar con desconocidos
  • Salir de tu zona de confort y aprender a equivocarte
  • Emprender (aunque sea a pequeña escala) o crear algo desde cero
  • Viajar solo
  • Dormir lo suficiente
  • Levantarte temprano
  • Tomar notas cuando lees
  • Hacer amigos de diferentes culturas y en diferentes lugares del mundo
  • Planificar a medio y largo plazo
  • Tener más de una vía de ingresos
  • Desarrollar una actividad vocacional o un hobbie que realmente te llene
  • Practicar deporte de grupo
  • Enseñar algo a alguien
  • Rodearte de personas que te elevan y alejarte de personas que te limitan
  • Aprender algo útil que poca gente sepa hacer
  • En duda, elegir lo que te proporcione paz mental
  • Hacer pocas cosas con atención y compromiso en vez de muchas cosas a medias
  • Elegir el dolor intenso y fugaz en vez del dolor soportable y permanente
  • Practicar el agradecimiento
  • Automatizar/minimizar el tiempo invertido en tareas repetitivas
  • Eludir compromisos a largo plazo que no sean absolutamente necesarios
  • Mantener una estructura y un estilo de vida ligeros y flexibles para aprovechar las oportunidades que se presenten y adaptarte fácilmente a los cambios 
  • Hablar sólo cuando vayas a aportar algo mejor que el silencio y utilizando el mínimo posible de palabras
  • Dar antes de pedir
  • Delegar lo que otra persona puede hacer tan bien como tú y concentrarte en aquello en lo que puedes ser diferencial

Como puedes ver, en todas las grandes dimensiones de la vida hay caminos que aumentan las probabilidades de que consigamos lo que queremos. Caminos de alta probabilidad vital.

¿Y qué suele hacer la inmensa mayoría de personas?

Lo contrario. La inmensa mayoría de personas elige los caminos de baja probabilidad vital:

  • Depositan su fe en la educación tradicional y no desarrollan otras habilidades clave por su cuenta.
  • Buscan principalmente dinero y estatus en su carrera profesional.
  • Alimentan una mentalidad que culpa a los demás de sus desgracias y eluden su responsabilidad personal.
  • Descuidan sus relaciones de amistad porque están muy ocupadas.
  • Se dejan llevar por las emociones y eligen parejas incompatibles.
  • Gastan todo lo que ganan para obtener placer inmediato y no invierten con criterio.
  • Consumen información que atrofia sus mentes y limita su perspectiva.
  • Y no hacen el menor esfuerzo por conocerse mejor a sí mismas.

Y después, cuando las cosas no les salen bien, lo atribuyen a la mala suerte, el azar, las hadas, el destino, el Pato Donald o Krusty el Payaso. Cualquier cosa que no sea mirar directamente a los ojos a su supina y flagrante incompetencia a la hora de tomar decisiones que favorezcan que la suerte trabaje a su favor.

De esta manera, estas personas consiguen una excusa para apaciguar su ego, pero eso no evita que, más a menudo que lo contrario, acaben en un lugar que no resulta particularmente satisfactorio. Y eso no es una mera cuestión de suerte, sino el resultado más probable.

Por esta razón, una de las habilidades más preciadas que puedes desarrollar es incrementar tu destreza a la hora de discernir cuáles son los caminos que favorecen la buena suerte y cuáles no lo son. Y eso requiere tres cosas:

  1. Que todas estas majaderías que acabas de leer tengan algún sentido para ti
  2. Que tomes conciencia de ellas y permanezcas alerta para decidir, cuando se presente una oportunidad en las dimensiones más importantes de tu vida, aquello que maximiza tu probabilidad vital 
  3. Repetir hasta que esta forma de enfocar las decisiones se convierta en un hábito mental automático

Cuando adquieres suficiente destreza en el manejo de esta habilidad y se te plantea una decisión con varias alternativas, tu mente vislumbra, con total clarividencia, cuál de ellas es la buena. Hay excepciones en las que no es tan obvio, pero es lo que sucede en la inmensa mayoría de los casos.

Y ahora podría decirte que ya sabes todo lo que necesitas para maximizar tus probabilidades de éxito en la vida. Pero no sería del todo honesto contigo, porque falta algo muy importante.

Algo que se va a interponer en tu camino hacia la puesta en práctica de esta habilidad.

Algo que vas a tener que sortear como mejor puedas si quieres que toda esa claridad mental que has adquirido sirva para algo.

El principal obstáculo para decidir con la suerte de tu lado

El hecho de que la inmensa mayoría de personas vayan en dirección diametralmente opuesta a la que marca la ley de probabilidad vital no es una coincidencia.

Una gran parte de esas personas desconoce el camino que más probabilidades de éxito ofrece. Pero muchas de ellas lo conocen y, aun así, no lo toman.

¿Por qué? 

Por una sencilla razón: Es jodidamente duro.

El camino de mayor probabilidad vital puede resultar obvio desde el punto de vista lógico, intelectual e intuitivo, pero no suele ser tan obvio desde el punto de vista emocional. 

Es un camino solitario, que desafía el status quo y que despierta en nosotros el miedo y la sensación de incertidumbre. Es un camino que requiere posponer las múltiples posibilidades de gratificación inmediata de las que disponemos y adoptar una visión de largo plazo. Es un camino que presenta grandes resistencias psicológicas y que requiere motivación, tenacidad y confianza en uno mismo para poder vencerlas. 

Algunos de nosotros contamos con un arsenal psicológico y emocional de serie que nos permite superar esas resistencias, pero muchos otros no. Si ése es tu caso, tu mejor baza es depositar tu confianza en la ley de probabilidad vital y ponerte a caminar en la dirección que ella te marca.

Es, en cierto modo, un acto de fe. Pero no de fe ciega, sino de una fe que se sustenta en la intuición fundada. En una brújula interna que nos dice que ésa es la dirección correcta.

Cuando empieces a caminar en esa dirección, comenzarás a obtener resultados. Comprobarás cómo esos resultados afectan a tu estado de ánimo. Si lo que experimentas te seduce, continuarás caminando, obteniendo resultados, conociendo a más personas que van en la misma dirección que tú y entendiendo cada vez mejor, tanto a nivel intelectual como emocional, de qué va todo este tinglado de las probabilidades. Y adquirirás una destreza cada vez mayor en la práctica de esta habilidad. 

Ahora bien, por muy diestros que seamos, el azar siempre podrá hacernos alguna jugarreta y mostrarnos una carta de la baraja que no nos hace ninguna gracia. Y eso es algo que está fuera de nuestro control, porque nunca podremos eliminar completamente la influencia del azar.

Pero ¿sabes qué? No importa. De hecho es algo bueno, porque le da al juego ese picante de incertidumbre que necesita para ser divertido.

Lo que sí podemos hacer, sin embargo, es reducir la influencia del azar en el tiempo. No solamente a través de desarrollar un olfato más fino a la hora de discernir qué camino tiene mayor probabilidad vital, sino también a través de la repetición de uso de esta habilidad en la toma de decisiones a lo largo de nuestra vida.

Puede que el azar nos reparta una carta poco probable una, dos o tres veces seguidas, pero que lo haga durante muchas más veces si seguimos este criterio de decisión es bastante más difícil. En este tipo de dinámica, las matemáticas empiezan a aparecer en el escenario. Y si escogemos caminos con alta probabilidad vital y continuamos tomando decisiones de esa manera, una y otra vez, las matemáticas se pondrán claramente a nuestro favor.

Con las matemáticas de nuestro lado, es francamente difícil (= muy poco probable) que no consigamos nuestros objetivos. Podremos tardar más o menos, pero eventualmente llegaremos a puerto.

Y cuando por fin encontremos lo que buscamos, muchos lo llamarán suerte.

Pero tú sabes que no lo es, ¿verdad?

Al menos, no exactamente.

Pura vida,

Frank.

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