La bolsa o la vida, de Vicki Robin y Joe Dominguez

 

Puntuación: 10/10

 

Resumen

Nota de Frank Spartan

Este libro contribuyó enormemente a cambiarme el paradigma sobre la forma de vivir la vida. A pesar de su relativa antigüedad, Contiene conceptos extraordinariamente útiles para entender la estrecha relación entre las finanzas personales y la satisfacción de vivir una vida alineada con tus valores y tu filosofía, una vida llena de significado y propósito.

El concepto de energía vital, la definición del trabajo, la alineación de gastos con valores, y muchas otras ideas desarrolladas en este libro, son perlas de sabiduría que, una vez interiorizadas y llevadas a la práctica, pueden transformar una vida como pocas cosas pueden hacerlo. 

Conceptos básicos

«La bolsa o la vida». ¿Qué haría si alguien le pusiera una pistola en las costillas y le dijera esta frase? Seguramente, entregarle la cartera. La amenaza surte efecto porque damos más valor a la vida que al dinero. ¿O no?

Aunque a muchos de nosotros nos agrade el trabajo que hacemos, son pocos los que pueden decir con sinceridad que su actividad laboral es perfecta. Porque para serlo tendría que ofrecer cierto grado de dificultad para resultar interesante, pero sin ser demasiado difícil para resultar agradable; un cierto compañerismo para que podamos crecer como personas, pero también la soledad suficiente para resultar productiva; suficientes horas de trabajo para acabar la faena, pero el tiempo libre suficiente para descansar; suficiente servicio para sentirnos útiles, suficiente sencillez para resultar entretenida. Nos hemos incorporado al mundo real, al mundo de las concesiones. Después de tanto entusiasmo por salir a ganar la medalla de oro, estamos tan cansados al final del día que lo único que pretendemos es un sofá donde caer rendidos. Sin embargo, todos nos aferramos a la noción de que hay una manera de vivir la vida que tiene más sentido, que brinda más satisfacción y le da un mayor significado.

Muchos trabajadores, sin embargo, desde aquellos que disfrutan con su trabajo hasta los que apenas lo soportan, parece que no tienen una verdadera alternativa entre la bolsa o la vida. Lo que ellos hacen para conseguir dinero domina sus horas de vigilia, y la vida es lo que cabe en el poco tiempo que les queda.

¿Y a esto le llaman ganarse la vida? Piense un poco. ¿Cuántas veces las personas parecen más espabiladas al acabar la jornada laboral que al comenzarla? Cuando llegamos a casa después de habernos ganado el sustento, ¿estarnos más llenos de vida? ¿Atravesamos la puerta alegremente, frescos y llenos de energía, dispuestos a pasar una velada espléndida con la familia? ¿Dónde está toda la vida que se supone que hemos ganado en el trabajo? Para muchos de nosotros, ¿en realidad no estamos más cerca de matarnos trabajando? ¿No nos estamos matando — nuestra salud, los amigos, la sensación de alegría y entusiasmo— por el trabajo?

Sacrificamos la vida por dinero, pero tan poco a poco que apenas nos damos cuenta. Las sienes plateadas y la creciente calvicie, junto con ciertos signos dudosos de progreso, como un despacho, una secretaria o un cargo importante, son lo único que marca el paso del tiempo. Al final, a lo mejor conseguimos todas las comodidades, e incluso los lujos que habíamos deseado, pero la inercia nos impide salir de la rutina de trabajar de nueve a cinco. Después de todo, si no trabajáramos, ¿qué haríamos con el tiempo? Soñábamos con encontrar sentido y satisfacción por medio del trabajo, pero esos sueños se han desvanecido en la realidad de las intrigas, el tedio y la intensa competencia del mundo profesional. Incluso los que trabajamos en una actividad que nos agrada y sentimos que estamos aportando algo, reconocemos que podríamos disfrutar mucho más fuera de la rutina de nueve a cinco: la satisfacción que se siente cuando uno hace el trabajo que le gusta sin ningún tipo de limitaciones ni restricciones, y sin temer tampoco que nos despidan y sumarnos a las filas de los desempleados. ¿Cuántas veces hemos pensado o hemos sostenido: «Yo lo haría de este modo, si pudiera, pero los vocales de la Junta lo quieren a su manera»? ¿Cuántas veces hemos tenido que sacrificar nuestros sueños para conservar nuestros fondos o nuestro empleo?

Si el esfuerzo cotidiano nos hiciera felices, no nos importarían las molestias ni los inconvenientes. Si pensáramos que nuestro trabajo contribuye a hacer del mundo un lugar mejor, gustosamente sacrificaríamos horas de sueño y nuestra vida social sin sentirnos vacíos. Si las diversiones que adquirimos con nuestros afanes nos proporcionaran algo más que un mero placer momentáneo y la ocasión de superar a los demás, estaríamos contentos de pasar más horas trabajando. Pero cada vez resulta más evidente que, a partir de un mínimo de comodidades, el dinero no compra la felicidad que pretendemos. Todas las personas que han participado en nuestros seminarios, independientemente de sus ingresos, siempre decían que necesitaban más para ser felices. Hemos incluido en los seminarios el siguiente ejercicio: le pedíamos a cada una que se situara en una escala de felicidad que iba del 1 (desgraciado) al 5 (dichoso), en la cual el 3 equivalía a «no me puedo quejar», y establecimos una correlación entre las cifras que nos daban y sus ingresos. En una muestra de más de mil personas, tanto de Estados Unidos como de Canadá, el grado medio de felicidad se mantenía siempre entre un 2,6 y un 2,8 (¡ni siquiera llegaba al 3!), tanto para personas cuyos ingresos no llegaban a los 1000 dólares mensuales, como para las que superaban los 4000 dólares.

De modo que así es la situación, la sociedad más opulenta que ha tenido el privilegio de habitar sobre la faz de la tierra, y no somos capaces de hacer otra cosa más que trabajar sin parar, de casa al trabajo y del trabajo a casa, mientras nuestro corazón anhela algo que apenas está un poco más allá del horizonte.

El dinero es algo a cambio de lo cual decidimos entregar nuestra energía vital.

Esta definición del dinero nos proporciona una información valiosa, porque tenemos una experiencia más real de nuestra energía vital que del dinero. Incluso se podría decir que el dinero es igual a nuestra energía vital. De modo que, aunque el dinero no posea una realidad intrínseca, nuestra energía vital sí, al menos para cada uno de nosotros. Es tangible y es finita. La energía vital es todo lo que tenemos. Es preciosa porque es limitada e irrecuperable, y porque las decisiones que tomamos acerca de la forma de usarla expresan el sentido y el propósito que tiene para nosotros el tiempo que nos toca vivir en la Tierra.

Una persona de cuarenta años, puede esperar disponer de alrededor de 329 601 horas (treinta y siete años) de energía vital antes de morir.  Suponiendo que dedica la mitad del tiempo a las actividades necesarias para mantener el cuerpo en buen estado (dormir, comer, evacuar, lavarse y hacer ejercicio), le quedan 164800 horas de energía vital para usos tan variados como:

  • Relacionarse consigo mismo
  • Relacionarse con los demás
  • Expresar su creatividad
  • Colaborar con la comunidad
  • Colaborar con el mundo
  • Lograr la paz interior y…
  • Trabajar

Ahora que sabe que el dinero es algo que se obtiene a cambio de energía vital, tiene ocasión de establecer nuevas prioridades para usar un bien tan valioso. Después de todo, ¿hay alguna cosa que sea más vital para el individuo que su energía vital?

¿A QUÉ PRECIO ESTÁ CANJEANDO SU ENERGÍA VITAL?

Ya hemos dicho que el dinero no es más que algo que se recibe a cambio de energía vital. Vamos a calcular cuánta energía vital (en horas) está cambiando por cuánto dinero; es decir, cuánto dinero gana por el tiempo que trabaja. Esta proporción entre energía vital y ganancias casi siempre se determina de un modo irreal e inadecuado: «Si por semana gano 440 dólares (55 000 pesetas) y trabajo 40 horas, esto significa que recibo 11 dólares a cambio de una hora de mi energía vital.»

Pero no es tan sencillo.

Piense en todas las maneras en que utiliza su energía vital que se relacionan directamente con su empleo remunerado. Piense en todo el dinero que gasta en relación directa con su trabajo. En otras palabras, si no necesitara ese empleo para ganarse la vida, ¿qué gastos de tiempo y de dinero desaparecerían de su vida?

Prepárese… Hay personas que odian su trabajo: las horas de monotonía, el aburrimiento, la política de la empresa, el tiempo que pasan lejos de lo que realmente les gustaría hacer, los conflictos de personalidad con el jefe o los compañeros; y muchas se sienten impotentes para cambiar sus circunstancias. Una respuesta a estos sentimientos de resentimiento e impotencia consiste en gastar dinero. «Ha sido un día tan duro que me merezco algo divertido. Salgamos a cenar/bailar/al cine/de compras.» Prepárese para averiguar cuántos gustos se da poniendo como excusa: «Odio mi trabajo.» Prepárese también para descubrir todo lo que gasta en alternativas caras a cocinar, limpiar, reparar y demás cosas que podría hacer usted mismo si no tuviera que trabajar. Prepárese para comprobar lo que cuesta ambicionar una carrera profesional de éxito, todo lo que se ve obligado a adquirir si pretende seguir escalando posiciones: el coche adecuado, la ropa adecuada, el lugar adecuado para ir de vacaciones, la casa adecuada en el barrio adecuado en la ciudad adecuada, la escuela privada adecuada para sus hijos; hasta el psicoanalista adecuado.

Hay tres preguntas que son absolutamente claveÑ

He recibido satisfacciones, recompensas y valores proporcionales a la energía vital que he gastado?

Hay que establecer un criterio personal para medir el grado de satisfacción Encontrar una respuesta a esta pregunta le sirve para establecer un criterio personal para medir su grado de satisfacción y, al mismo tiempo, para librarse de cualquier hábito de compra perjudicial. Tal vez descubra que viene calculando su satisfacción o su insatisfacción en función de lo que tienen las personas que le rodean, o de lo que debería tener según la publicidad. Estar satisfecho es tener lo suficiente. Piénselo.

Tanto para la comida como para el dinero o los bienes materiales, si no sigue un criterio personal que le indique cuánto es suficiente, pasará directamente del insuficiente al exceso, sin prestar casi atención al suficiente, que se pasa en un abrir y cerrar de ojos. Entonces no sabrá lo que es la satisfacción. Si trabaja con empeño en torno a esta pregunta aprenderá a distinguir un criterio personal que le servirá para saber cuánto es suficiente. Para establecer este criterio personal, lo primero que hay que hacer es tomar conciencia. No en vano se ha dado en llamar el sueño americano a esa opulencia que nos rodea; en realidad estábamos dormidos. Despertamos cuando nos cuestionamos el sueño. Preguntarnos a nosotros mismos, todos los meses, si hemos recibido satisfacciones proporcionales a la energía vital que hemos gastado en cada subcategoría despierta en nosotros ese ansia natural por saber cuándo tenemos lo suficiente.

Este gasto de energía vital, ¿concuerda con mis valores y el propósito que tengo en la vida?

Es posible que esté de acuerdo con muchos de estos gastos y que cuestione otros. Tal vez le parezca bien destinar veinticinco horas de energía vital a comer fuera de casa… hasta que se da cuenta de que este mes apenas le ha dedicado ocho horas a uno de sus hijos. Para muchas personas, sus gastos expresan unos valores que no son los que les gustaría vivir. Al sumar algunas categorías, quizá compruebe que se ha dejado llevar por el hábito, la presión de sus compañeros, o incluso por el aburrimiento.

La manifestación de los valores y el propósito en la vida es un reflejo de su máxima aspiración, lo que cada uno desea realmente para sí mismo. Uno quiere actuar en la vida cotidiana de forma coherente con sus valores y su propósito. Sin embargo, por desgracia a veces no presta atención a lo que está haciendo y se comporta de una forma que no sólo no coincide con su punto de vista y sus intenciones, sino que en ocasiones incluso resulta totalmente contradictoria… y además sin darse cuenta siquiera. Lo peor es que, en ocasiones, cuando surge un conflicto entre los caprichos y esa máxima aspiración, se resuelve acallando la voz de la conciencia.

¿De qué forma cambiarían estos gastos si no tuviera que trabajar para vivir?

Esta pregunta le abre la posibilidad de llevar un estilo de vida en el cual no tiene que presentarse a trabajar una semana tras otra. ¿Cómo sería su vida si no trabajara por dinero cuarenta horas por semana, o más? ¿Qué gastos desaparecerían? Si no tuviera que trabajar para ganar dinero, ¿compraría más ropa? ¿Acaso menos? ¿Consumiría más gasolina? ¿Menos, quizá? ¿Vendería el coche? ¿Se trasladaría a una vivienda más económica, alejada de la zona comercial? Los gastos médicos, ¿aumentarían o disminuirían? (Quizá aumente el seguro, pero enfermaría menos.) ¿Pasaría el fin de semana en un hotel para descansar? ¿Gastaría más o menos en viajes? A medida que se va interrogando, es posible que llegue a conclusiones sorprendentes. Si no estuviera todo el tiempo buscando la aceptación de los demás, ¡sin duda la vida sería mucho más barata! Como dedica el día a trabajar, necesita dinero para manejar casi todos los demás aspectos de su vida, desde el cuidado de la casa hasta las reparaciones, desde la diversión hasta pagar a alguien para que le escuche.

La inteligencia financiera reside en saber que si gasta su energía vital en objetos que sólo le producen una satisfacción pasajera y no están de acuerdo con sus valores, al final le queda menos vida.

No hace mucho, un defensor de los sin hogar sostenía que la diferencia entre éstos y la mayoría de los estadounidenses eran dos meses de sueldo. Nos pareció exagerado, casi increíble; sin embargo, después de hablar con otros profesionales que conocen en profundidad el funcionamiento de la deuda del consumidor, algunos nos han dicho que dos meses de sueldo era un cálculo bastante conservador. Un solo sueldo o una enfermedad grave bastarían para que muchos pasaran al otro lado. Actualmente, los jóvenes estadounidenses gastan una media de 1,20 dólares por cada dólar que ganan.

Valorar su energía vital y pretender ganar lo máximo posible no tiene nada que ver con la mentalidad del cuanto más, mejor. Usted no quiere más dinero para tener más bienes materiales, sino para tener los suficientes… y más vida. Si consideramos que dinero = energía vital, al incrementar sus ingresos, aumenta la cantidad de vida que tiene a su disposición. Según lo que gane realmente por hora, un coche nuevo le puede costar un mes, seis meses o un año de trabajo. Pero no quiere el dinero para aumentar su posición social, ni para tener más prestigio, poder o seguridad, porque sabe que estas cosas no se compran con dinero, sino que lo quiere con el fin de tener más libertad para ser usted mismo sin preocuparse por el dinero. Asimismo, no quiere más dinero para aumentar su autoestima, sino como una expresión de la misma, de que valora su energía vital.