¿Son los hombres más frágiles de lo que parecen?

Hoy vamos a hablar de un tema del que no se suele oír mucho y que puede que provoque cierta controversia. No porque se posicione a favor o en contra de nada concreto, sino porque se refiere a una dimensión de la personalidad que se encuentra generalmente enterrada varios metros bajo tierra y con la que a menudo resulta complicado conectar.

Pero quizá en tu caso concreto no sea así, o no sea lo que tú percibes. Ya me dirás si tus cejas se arquean hacia arriba o se quedan en su sitio a medida que vas leyendo.

Empecemos por el pensamiento principal: Una gran parte de los hombres se sienten solos y se encuentran perdidos, sin dirección. Y esto es así con independencia de sus circunstancias particulares. Simplemente por ser hombres y todo lo que eso implica en la práctica.

¿Y por qué demonios pone Frank Spartan el foco de este post precisamente en los hombres? Por una razón muy sencilla: Los aspectos biológicos y culturales del género tienen una gran influencia en los resultados que se obtienen en la dimensión que vamos a explorar en este post. Y la diferencia tan marcada que existe en esos resultados entre hombres y mujeres es una evidencia muy clara de que los unos enfocan ciertas cosas de una forma y los otros de una forma muy distinta.

Veamos esto un poco más de cerca.

Es cierto que, si centramos la atención en los aspectos más superficiales del comportamiento de los hombres, no parece que les vaya del todo mal. Muchos de ellos parecen seguros de su lugar en el mundo, hablan abiertamente de muchos temas, expresan su opinión con asertividad, bromean continuamente unos con otros, ejercen autoridad y parecen estar en control.

Pero cuando acercamos la lupa y observamos más profundamente, nos damos cuenta de que eso no es lo que de verdad sucede. Ese comportamiento habitual no pone de manifiesto muchas de las fuerzas más poderosas que se agitan en su interior.

La mayoría de los hombres, a pesar de su aparente seguridad y determinación, van a la deriva. La mayoría no entienden bien por qué hacen muchas de las cosas que hacen. La mayoría están profundamente desconectados de sí mismos y de sus compañeros, sean estos amigos o no.

Si eres hombre, apuesto a que tus cejas se han empezado a arquear y más de un músculo se ha empezado a contraer como mecanismo reflejo de defensa. Pero no te preocupes, porque acabamos de empezar.

Las mujeres, por el contrario, no suelen tener tantas dificultades. Como colectivo, a pesar de haber vivido durante muchos siglos en condiciones de desigualdad de derechos, han llegado a un grado mayor de autoconocimiento. Saben mucho mejor quiénes son y lo que quieren. Y también tienen unos nexos de unión con otras personas mucho más profundos. Están, simplemente, más conectadas consigo mismas y con los demás que lo están los hombres. Eso es una cualidad que tiene un enorme poder para propulsar su desarrollo personal y colectivo a largo plazo y cuyas consecuencias estamos apenas empezando a conocer.

Frank Spartan tenía ya cierta sospecha de que esto era así hace ya algunos años. Pero ahora que tengo mucho más tiempo para interactuar con atención y la mente más despejada para observar lo que sucede a mi alrededor que antes, no tengo absolutamente ninguna duda.

La pregunta es: asumiendo que esto es así y que los hombres se encuentran un poco perdidos a pesar de su aparente seguridad… ¿qué es lo que lo ha provocado? ¿Y hay algo que debamos hacer al respecto?

Ésa es una cuestión compleja. Pero profundicemos un poco más para ver qué nos encontramos, ¿te parece?

¿A cuántos hombres conoces de verdad?

Asumamos que eres un hombre y que no existe nada que te diferencie significativamente de otros hombres en nuestra sociedad. Tienes estudios, un trabajo, una pareja, unos amigos y unas aficiones. Te gusta la cerveza, bailar desnudo poniendo morritos delante del espejo y rascarte el trasero mientras ves la televisión.

Ejem. Es evidente que nuestra belleza radica en nuestra sencillez.

Ahora, si no te importa, respóndeme a esta pregunta:

¿A cuántos otros hombres conoces realmente? ¿De cuántos conoces sus pasiones, sus miedos, sus objetivos vitales, las cosas de las que se sienten orgullosos, las que les duelen profundamente?

Con “conocer” me refiero a que te hayan contado todo esto ellos mismos, no a que creas que sabes la respuesta. Porque si no te lo han contado te aseguro que no la sabes con seguridad, amigo mío.

No muchos, ¿verdad? De hecho, ¿hay alguno? ¿Tu padre, quizá? ¿Tu hermano? ¿O ni siquiera él?

Frank Spartan tiene su propio entorno personal y profesional de influencia en el que he podido comprobar más allá de la duda razonable que esto es así. Pero… ¿es un fenómeno tan extendido? Yo creo que sí. He leído algunos libros y artículos de opinión que mencionan este tema tangencialmente, aunque sin profundizar demasiado en él, probablemente porque es difícil de calibrar. Pero el que no haya sido tratado de forma exhaustiva – o que yo no lo haya encontrado desarrollado en profundidad en ningún sitio – no quiere decir que no sea importante.

No creo que lo que he percibido en muchas de las personas de género masculino que conozco sea casualidad. Ese fenómeno de desconexión que sufren los hombres es función de cómo se les educa y de un enfermizo interés colectivo en desplegar una enorme cortina de humo que nos impide ver todo lo que podría suceder si se cambiara un poco el enfoque. Empieza a haber iniciativas que promueven una mayor apertura emocional en la población, pero todavía no hemos visto resultados en los hombres, porque su nivel de participación es muy limitado.

Hoy en día, si un chico joven no tiene la suerte de aterrizar en algún tipo de comunidad cuya dinámica incentive de forma natural a establecer relaciones personales profundas con los demás chicos, o no tiene la suerte de cruzarse con un tutor o educador con la suficiente destreza como para despertar en él el interés por hacerlo, es muy posible que crezca y se desarrolle sin conocer íntimamente a ningún otro hombre. Quizá a ninguna otra persona.

Es muy posible que este chico se forme una idea de sí mismo en base a la televisión, las redes sociales, atajos de varios tipos y pedacitos de la realidad que ve a su alrededor. Y es posible que viva de esa forma el resto de su vida, quizá cosechando éxitos profesionales, pero construyendo relaciones superficiales que no significan nada más que un vehículo para no sentir demasiado aburrimiento o soledad.

¿Crees que exagero?

Vale. Hagamos una prueba: ¿Sabes cuál es el mayor miedo en vida (es decir, además de la muerte) de tus tres mejores amigos? ¿Sabes qué es lo que les mueve a hacer lo que hacen? Es una cosa básica para conocer bien a alguien.

Si no lo sabes, puedes decirme que eso da igual, que tú les conoces porque esto, aquello y lo de más allá.

Pero no, no es verdad. No tienes ni idea de quiénes son. Sólo ves lo que muestran. Y eso, en la mayoría de los casos, no tiene mucho que ver con quiénes son y lo que quieren en realidad.

Las redes de amistad de los chicos y los hombres son extrañas y opacas, con escasa intimidad y cortoplacistas. Las de las mujeres no son así. Son más claras, más íntimas, más duraderas. Puede que las de los primeros parezcan más fuertes porque se envuelven en un halo de mayor diversión cuando se materializan en acontecimientos o aficiones concretas – quedar para tomar algo, ir al fútbol, hacer un viaje, etcétera, etcétera.

Pero eso no es más que un espejismo. Cuando el acontecimiento pasa, el vacío vuelve. La soledad vuelve. La timidez emocional y la falta de conexión vuelven. Y con ellos vuelven los mecanismos para disimularlos: La competición, la agresividad, el consumo en exceso, el entretenimiento compulsivo, las respuestas cínicas y sarcásticas ante cualquier situación que expone su vulnerabilidad. Te suenan, ¿a que sí?

Debido a esta desconexión, y a pesar de lo mucho que se enfatiza el éxito profesional en nuestra sociedad, los hombres no son ganadores. Frank Spartan está convencido de que hay muy pocos hombres felices. Y eso las mujeres probablemente tampoco lo entiendan del todo, porque están ahora inmersas en un proceso – totalmente natural y lógico – de reequilibrar la balanza recuperando derechos. Un proceso que no les permite apreciar que los hombres se sienten mucho más solos de lo que ellas pueden llegar a pensar y que eso explica muchos de sus comportamientos.

Frank Spartan es consciente de que este tipo de opiniones suyas no tienen base científica y que por tanto son difíciles de contrastar empíricamente. Pero no importa. Aquí hablamos de cualquier cosa que tenga potencial de mejora y pueda llevarnos a vivir una vida más satisfactoria. Así que la única forma de saber cuál es tu opinión al respecto es hacer un poco de introspección y evaluar si esto tiene algo de cierto en tu caso personal o no. Y si lo tiene, por qué.

¿Hay algo que podamos hacer?

Asumiendo que creas que hay algo de verdad en esta opinión y tengas interés en mejorar esta situación, hay muchas cosas que puedes hacer. Pero para hacerlo práctico y útil, vamos a ir a lo que Frank Spartan considera la base del problema. Vamos a ahondar en un aspecto vital clave en el desarrollo de la personalidad de los hombres que tiene un gran impacto en la forma en la que construyen relaciones con los demás y con sí mismos: La relación con su padre.

Joder Frank, ésta no la veía venir. ¿De qué narices estás hablando?

Tiene su explicación. Ahora lo verás.

Es posible que muchos no tengan la suerte de que su padre aún esté vivo o de que, aunque lo esté, pueda entenderles. Curiosamente, puede que ellos comprendan aún mejor el valor de estas consideraciones.

Si tú tienes la enorme suerte de poder interactuar aún con tu padre, es posible que, en base a lo que hemos comentado antes sobre la estructura típica de las relaciones entre hombres, no hayas entrado en demasiadas intimidades con él. Es posible que creas que tienes una relación suficientemente buena porque cumples con lo que crees que se espera de ti y que no es necesario que le digas mucho más porque crees que tu padre ya sabe que le quieres y le respetas. Y es incluso posible que pienses que no hay nada relevante que debas hacer antes de que tu padre se vaya de este mundo para siempre.

Todo eso es posible porque este tipo de relación con tu padre te parece normal y lógica. Es la forma en la que siempre has llevado tus relaciones con otros hombres. Y, por tanto, no sientes ninguna punzada dolorosa que te grita al oído que tienes que arreglar algo.

Sin embargo, hay una cosa que debes tener presente al decidir si eso debe quedarse así o no.

Cualquier padre, con independencia de lo crítico o indiferente que pueda parecer, se pasa la vida esperando, a un nivel profundo, una evidencia de que su hijo le quiere y le respeta.

Detente un segundo e interioriza esa idea.

Y cuanto más tiempo pase, más importante esto se volverá para él. Por la sencilla razón de que, a medida que sus ocupaciones se van reduciendo, sus hijos ocuparán de forma natural una parte cada vez mayor de sus pensamientos. Y todo lo que les suceda a sus hijos tendrá un efecto cada vez más desproporcionado sobre la felicidad – o infelicidad – de ese padre.

Como hijo, tienes un enorme poder en tus manos. Todos conocen el poder que un padre tiene para machacar la autoestima de un hijo si se lo propone, pero no tantos reparan en el hecho de que el hijo, eventualmente, adquiere el mismo poder en sentido contrario. El padre espera, aunque no lo haga conscientemente, a que su hijo le juzgue por cómo lo ha hecho. Y si se va de este mundo sin la certeza de saberlo, no se irá en paz. Ni tú te quedarás en paz tampoco.

Por si todo eso fuera poco, no te olvides de esto: Tu padre ha sido probablemente la figura que más ha influido en tu forma de relacionarte con otros hombres. Transformar la relación con tu padre a través de una mayor conexión e intimidad con él es clave para que desarrolles tu capacidad de hacerlo con los demás y llevar tus relaciones personales al siguiente nivel.

Así que aquí tienes los deberes que te pone Frank: Si tu padre aún vive y le quieres, encuentra una forma de decirle que es así y por qué.

Sé perfectamente que esto no es fácil. Sé que es posible que prefieras meter la cabeza en una prensa hidráulica antes que tener una conversación íntima con tu padre. Pero eso me importa un comino. Si no te vez capas de tener una conversación, haz un vídeo. Si no te ves capaz de hacer un vídeo, escribe una carta. Y si no quieres hablar en primera persona, haz una representación teatral con marionetas. Lo que narices sea que te sirva a ti y que a él le permita entender el mensaje.

Sí, te dará vergüenza. Mucha vergüenza. Oirás en tu cabeza todo tipo de justificaciones que te dicen por qué no es necesario. Pero créeme, te equivocas. Si le quieres, le respetas y estás agradecido por las cosas que ha hecho por ti, has de darle una evidencia inequívoca de que es así. Él necesita saberlo, aunque creas que no.

Cuando lo hagas, es muy posible que te sorprenda lo mucho que cala algo que a primera vista puede parecer innecesario. Es posible que tu relación con él cambie y que empecéis a hablar de muchas otras cosas. Es posible que descubras que no conocías a tu padre en absoluto. Es posible que, gracias a esa pequeña decisión tuya, él se vaya mucho más feliz de este mundo cuando llegue el momento. Es posible que tú te quedes mucho más feliz tras decirle adiós que si no lo hubieras hecho.

También es posible, o quizá hasta probable, que empieces a entender mejor quién eres. A entender mejor por qué eres así. A entender mejor que mostrar tu cara más auténtica y vulnerable a los demás no puede ser una equivocación. A entender mejor cómo puedes conocer de verdad a esos perfectos desconocidos que llamas tus amigos y conectar con ellos.

Y, gracias a todo esto, es posible que sientas que todo empieza a cobrar mucho más sentido y que empiezas a sentirte bien. Muy bien. Como no te habías sentido en mucho, mucho tiempo.

Al final, como casi todo en esta vida, depende de ti.

Pura vida,

Frank.

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