La paradoja del crecimiento exponencial

Si te ofreciera 1.000 euros hoy, o 1.500 euros dentro de un año, ¿qué elegirías?

La mayoría de personas a las que se les plantea esta pregunta eligen la primera opción. Es posible que tú, al leerla, hayas notado que te inclinabas también por esa opción de forma natural, sin saber muy bien por qué.

El factor que impulsa esta forma de reaccionar es lo que se denomina “Sesgo del Presente”, un fenómeno psicológico que influencia nuestro proceso de toma de decisiones y nos incentiva a preferir una recompensa inmediata frente a una recompensa futura, a través de un mecanismo cognitivo llamado “Descuento Hiperbólico”.

El término Descuento Hiperbólico hace alusión a que el futuro nos genera incertidumbre y por tanto asignamos un valor mucho menor (es decir, “descontamos” o “penalizamos”) a todo lo que se encuentra en él. Cuanto más lejos en el futuro se encuentra y más incierta es la recompensa, mayor es el descuento que le aplicamos a la hora de evaluar su atractivo en relación a otra recompensa que se encuentra inmediatamente accesible.

Y esto no es de extrañar, porque durante miles de años nuestra supervivencia como especie ha dependido, literalmente, de esta forma de actuar.

En el pasado no podíamos permitirnos el lujo de asumir que al día siguiente tendríamos comida o calefacción. Si había comida cerca, te la comías. Si había leña cerca, hacías fuego. Si había un congénere atractivo cerca… pues eso. Y si ese congénere pertenecía a un sexo que no era tu inclinación natural, pues pelillos a la mar y a vivir, que son dos días.

La repetición de este tipo de comportamiento durante muchos años fue moldeando nuestro cerebro y programándonos paulatinamente para reaccionar de esta manera. Incluso en nuestros días, a pesar de tener mucho mayor control sobre nuestras necesidades básicas y por tanto menor riesgo, seguimos cayendo presos de su seductor hechizo.

En otras palabras, el Sesgo del Presente continúa estando… muy presente. Y lo está en multitud de áreas de nuestra vida.

Ésta es la razón por la que preferimos comer pizza o beber cerveza cada fin de semana en vez de pensar en el peso que ganaremos en un año. La razón por la que preferimos desfasar en la fiesta de esta noche y tomar otro chupito de tequila en vez de pensar en cómo nos vamos a sentir mañana. La razón por la que preferimos ganar una discusión en este momento en vez de pensar en qué efecto tendrá eso en nuestra relación con esa persona en una semana, un mes o un año. La razón por la que preferimos gastar el dinero a ahorrarlo. La razón por la que preferimos centrarnos en tareas urgentes en vez de en tareas importantes. La razón por la que preferimos evitar las conversaciones difíciles a sentarnos y tenerlas.

Frank Spartan ha cubierto este tipo de sesgos psicológicos y su impacto en nuestra toma de decisiones en otros artículos. Muchos autores, como Daniel Kahneman y Dan Ariely, han producido extensa literatura en este campo y existe amplia evidencia científica sobre la influencia de estos mecanismos psicológicos en nuestra conducta.

Pero si queremos llegar al fondo del asunto, la pregunta clave es la siguiente:

¿Es esto del Sesgo del Presente algo tan importante? ¿A qué estamos realmente renunciando al dejarnos llevar por él?

Veámoslo.

Nuestras limitaciones para entender el crecimiento exponencial

Voy a contarte una historia que ilustra lo contraintuitivo que resulta el crecimiento exponencial para el cerebro humano.

Hace mucho tiempo reinaba en cierta parte de la India un rey llamado Sheram. En una de las batallas en las que participó su ejército perdió a su hijo y eso le dejó profundamente consternado. Nada de lo que le ofrecían sus súbditos lograba alegrarle.

Un buen día, un tal Sissa se presentó en su corte y pidió audiencia. El rey la aceptó y Sissa le presentó un juego que, aseguró, conseguiría divertirle y alegrarle de nuevo: El ajedrez.

Después de explicarle las reglas y entregarle un tablero con sus piezas, el rey comenzó a jugar y se sintió maravillado: Jugó y jugó y su pena desapareció en gran parte. Sissa lo había conseguido. Sheram, agradecido por tan preciado regalo, le dijo a Sissa que como recompensa pidiera lo que deseara.

– Sissa, quiero recompensarte dignamente por el ingenioso juego que has inventado — dijo el rey.

El sabio contestó con una inclinación.

– Soy bastante rico como para poder cumplir tu deseo más elevado — continuó diciendo el rey —. Di la recompensa que te satisfaga y la recibirás.

Sissa continuó callado.

– No seas tímido — le animó el rey —. Expresa tu deseo. No escatimaré nada para satisfacerlo.

– Grande es tu magnanimidad, soberano. Pero concédeme un corto plazo para meditar la respuesta. Mañana, tras maduras reflexiones, te comunicaré mi petición.

Cuando al día siguiente Sissa se presentó de nuevo ante el trono, dejó maravillado al rey con su petición, sin precedente por su modestia.

– Soberano — dijo Sissa —, manda que me entreguen un grano de trigo por la primera casilla del tablero del ajedrez.

– ¿Un simple grano de trigo? — contestó admirado el rey.

– Sí, soberano. Por la segunda casilla, ordena que me den dos granos; por la tercera, 4; por la cuarta, 8; por la quinta, 16; por la sexta, 32…

– Basta —le interrumpió irritado el rey—. Recibirás el trigo correspondiente a las 64 casillas del tablero de acuerdo con tu deseo: por cada casilla doble cantidad que por la precedente. Pero has de saber que tu petición es indigna de mi generosidad. Al pedirme tan mísera recompensa, menosprecias, irreverente, mi benevolencia. En verdad que, como sabio que eres, deberías haber dado mayor prueba de respeto ante la bondad de tu soberano. Retírate. Mis servidores te sacarán un saco con el trigo que solicitas.

Sissa sonrió, abandonó la sala y quedó esperando a la puerta del palacio.

Durante la comida, el rey se acordó del inventor del ajedrez y envió a que se enteraran de si habían ya entregado al irreflexivo Sissa su mezquina recompensa.

– Soberano, están cumpliendo tu orden — fue la respuesta —. Los matemáticos de la corte calculan el número de granos que le corresponde.

El rey frunció el ceño. No estaba acostumbrado a que tardaran tanto en cumplir sus órdenes.

Por la noche, al retirarse a descansar, el rey preguntó de nuevo cuánto tiempo hacía que Sissa había abandonado el palacio con su saco de trigo.

– Soberano — le contestaron —, tus matemáticos trabajan sin descanso y esperan terminar los cálculos al amanecer.

– ¿Por qué va tan despacio este asunto? — gritó iracundo el rey —. Que mañana, antes de que me despierte, hayan entregado a Sissa hasta el último grano de trigo. No acostumbro a dar dos veces una misma orden.

[Permíteme que interrumpa la historia un segundo y te haga una pregunta: ¿Qué cifra aproximada te dicta tu intuición?

¿Tienes ya una en la cabeza? 

Muy bien, sigamos entonces.]

Por la mañana comunicaron al rey que el matemático mayor de la corte solicitaba audiencia para presentarle un informe muy importante.

El rey mandó que le hicieran entrar.

– Antes de comenzar tu informe — le dijo Sheram —, quiero saber si se ha entregado por fin a Sissa la mísera recompensa que ha solicitado.

– Soberano, no depende de tu voluntad el cumplir semejante deseo. En todos tus graneros no existe la cantidad de trigo que exige Sissa. Tampoco existe en los graneros de todo el reino. Hasta los graneros del mundo entero son insuficientes. Si deseas entregar sin falta la recompensa prometida, ordena que todos los reinos de la Tierra se conviertan en labrantíos, manda desecar los mares y océanos, ordena fundir el hielo y la nieve que cubren los lejanos desiertos del Norte. Que todo el espacio sea totalmente sembrado de trigo, y ordena que toda la cosecha obtenida en estos campos sea entregada a Sissa. Sólo entonces recibirá su recompensa.

El rey escuchaba lleno de asombro las palabras del anciano sabio.

– Dime cuál es esa cifra tan monstruosa — dijo.

– ¡Oh, soberano! 9 223 372 036 854 775 808.

Si tu intuición te ha dicho que la cifra debería ser nueve trillones y pico, has acertado. Enhorabuena.

Pero siendo honestos, no ha sido así, ¿verdad?

Al principio de la historia, es posible que pensaras que la cifra iba a ser grande. Y según la historia transcurría, es posible que pensaras que iba a ser muy grande. Pero Frank Spartan apuesta la barba a que no pensabas que sería tan grande.

Y es que nuestra intuición se mueve relativamente bien en el terreno del crecimiento lineal, pero patina, y mucho, en el terreno del crecimiento exponencial y en el terreno del interés compuesto.

O, dicho de otro modo, patina en entender cómo funciona la acumulación progresiva de pequeñas ganancias durante un largo periodo de tiempo

Y aquí es precisamente donde se encuentra la solución a nuestro problema evolutivo del Sesgo del Presente y el Descuento Hiperbólico, porque por mucho que descuentes (o penalices) esos 9 trillones cuando los traigas de ese futuro que te parece tan incierto al momento presente, van a parecerte una recompensa tan grande que merece mucho la pena elegirla aunque tarde un poco en llegar.

Pero claro, primero tienes que saber que estás hablando de una magnitud de 9 trillones, y no de mucho menos como tu intuición, largamente influenciada por tu programación evolutiva cerebral, te lleva probablemente a pensar.

Vale, Frank. ¿Pero realmente estamos renunciando a tantas oportunidades de crecimiento o mejora exponencial en nuestra vida? Ese rollo del tablero de ajedrez es sólo una leyenda que no tiene gran aplicación en el mundo real, ¿no?

Bueno… no exactamente.

La paradoja de la acumulación de pequeñas ganancias

Como a Frank Spartan le gustan los juegos y además está un poco chiflado, voy a empezar presentándote dos simples ecuaciones matemáticas.

Aquí las tienes:

  • 1.0 ^ (365) = 1.0
  • 1.01 ^ (365) = 37.8

¿Te sugieren algo?

Si no eres bueno con las matemáticas, es probable que no. No te preocupes, mucha gente no lo es. E incluso si lo eres, es posible que no te sugieran nada especial.

Enfoquémoslo de otra forma.

Si te preguntara si te parece difícil mejorar tus resultados en cualquier actividad en un 1%, ¿qué dirías?

Probablemente dirías que no. De hecho, la inmensa mayoría de personas diría que puede hacer algo así sin demasiado problema en prácticamente cualquier área, porque un 1% no es casi nada.

Sin embargo, lo que muchas de esas personas no aciertan a ver es esto:

Si mejoras un 1% cada día durante un año, acabarás siendo 37 veces mejor que al principio.

No dos veces mejor, ni tres veces mejor. Treinta y siete veces mejor. Eso es lo que quieren decir esas ecuaciones tan extrañas de antes.

¿Cómo es eso posible?

Es posible por la ley que gobierna la acumulación de pequeñas ganancias.

Una pequeña victoria o una pequeña derrota, cuando se repiten en el tiempo, se traducen en resultados gigantescos.

Hacer algo bien un día parece una cosa sin importancia. Hacer algo bien durante 5, 10 o 20 años genera una realidad completamente distinta.  

Y aquí es donde está el truco, porque no es necesario en absoluto hacer proezas en un corto periodo de tiempo para conseguir grandes resultados. Solamente necesitamos la disciplina de hacer un poco cada día y paciencia para que la ley de la acumulación de pequeñas ganancias actúe a nuestro favor cuando transcurra suficiente tiempo.

Por ejemplo, en nuestro ejemplo anterior, ¿cuál dirías que es el resultado al de un año si en vez de mejorar un 1% cada día lo hicieras cada dos días?  

Es probable que tu intuición te diga que la diferencia no debería de ser tan grande con el caso anterior, ¿no es así? Quizá pienses que en vez de 37 veces mejor, llegarías a ser 20 o 25 veces mejor al cabo de un año, porque sigues practicando y mejorando muy frecuentemente.

Si es así, tu intuición se equivoca otra vez. Serías solamente 6 veces mejor.

Seis frente a treinta y siete. No es lo que yo llamaría una pequeña diferencia.

Ahora imagina si ese proceso de mejora tuviera lugar a lo largo de varios años en vez de solamente en uno. La magnitud de la diferencia en el futuro sería descomunal.

Esto es a lo que estás renunciando cuando te dejas llevar por el Sesgo del Presente. Estás renunciando a una mejora exponencial (cuando repites un buen hábito), o bien abrazando un deterioro exponencial (cuando repites un mal hábito).

“Every action you take is a vote for the type of person you wish to become.”

— James Clear

Uno de los grandes motivos por los que nos dejamos llevar por el Sesgo del Presente es que nuestra intuición no es capaz de apreciar a dónde nos puede llevar un poco de disciplina cada día si tenemos paciencia.  Y es que el cerebro humano sobrevalora el dolor de hacer algo difícil durante 30 minutos hoy, e infravalora el efecto positivo acumulado que tendrá al cabo de un mes, al cabo de un año, al cabo de diez años.

Y claro, lo mismo sucede en sentido inverso: El cerebro humano sobrevalora el placer de evitar lo difícil y elegir lo fácil hoy, e infravalora el efecto negativo acumulado que eso tendrá al cabo del tiempo. 

Una dieta poco sana un par de veces a la semana. Tres cigarros al día. Saltarse la rutina deportiva de vez en cuando. No dedicar un poco de tiempo todas las semanas a hacer algo que te apasiona. Dejar que la agenda se coma las oportunidades de reconectar contigo mismo. No crear momentos frecuentes con las personas más importantes para ti. Ver la tele la mayoría de las noches en lugar de leer un libro. No intentar aprender algo nuevo sobre tu profesión cada día. Incurrir en pequeños gastos innecesarios de forma continuada.

Todo esto parece inofensivo en el momento en el que lo haces, ¿no es así?

Pero si continúas haciéndolo, créeme cuando te digo que no será inofensivo en el futuro. No lo será en absoluto.

¿Hay algo que podamos hacer al respecto? ¿Algo que nos rescate de las crueles y poderosas fauces del Sesgo del Presente y nos ayude a tomar el camino correcto?

Quizá lo haya. Veamos qué trucos tenemos en la chistera.

Cómo superar el Sesgo del Presente: La identificación emocional con tu Yo Futuro

Si sigues este blog, estarás familiarizado con el proceso de transformación personal de Frank Spartan. Durante ese proceso, algunas transiciones interesantes tuvieron lugar.

Pasé de unos hábitos de trabajo centrados en la remuneración y promoción profesional a otros centrados en la independencia y la contribución en áreas con significado para mí.

De unos hábitos financieros centrados en el gasto y la satisfacción cortoplacista a otros centrados en el ahorro y la inversión.

De unos hábitos de relación conmigo mismo centrados en la justificación de conductas poco saludables a otros centrados en la sinceridad, la aceptación y el aprendizaje.

De unos hábitos de gestión de las relaciones personales centrados en la satisfacción del ego a otros centrados en la humildad, el crecimiento y la conexión emocional.

Este cambio de hábitos en el día a día produjo una realidad, tanto interna como externa, completamente distinta a la anterior en un plazo de 5 años. Tan distinta como el día es a la noche.

He pensado a menudo en cómo demonios llevé a cabo todas esas transiciones de hábitos con éxito. En cuál fue el auténtico motor impulsor de toda esta transformación. El principal factor que me llevó a elegir hacer una cosa en vez de la otra, día tras día, durante esos 5 años. El elemento gracias al cual ahora soy una persona completamente diferente.

Después de mucho reflexionar, y a pesar de que hubo muchas variables que tuvieron su grado de influencia en el resultado, he llegado a la conclusión de que hubo una que destacó muy por encima de todas las demás:

Conseguir identificarme emocionalmente con mi Yo Futuro.

Esto te puede sonar a masturbación mental, pero verás, la mayoría de nosotros tendemos a ver a nuestro Yo Futuro como una entidad lejana y separada de nosotros. No tenemos una conexión particularmente fuerte con ella. De hecho, no la tenemos siquiera en cuenta a la hora de tomar muchas de nuestras decisiones, tanto las aparentemente nimias como las aparentemente importantes.

Lo que Frank Spartan consiguió hacer, de algún modo, fue hackear su forma de pensar para apreciar a ese Yo Futuro como una entidad cercana. Alguien con el que debía desarrollar una conexión emocional sólida y profunda. Alguien al que debía cuidar como si fuera mi propio hijo. Y es que, en cierto modo, eso es exactamente lo que mi Yo Futuro es, porque depende total y absolutamente de mi Yo Presente.

“The secret of your future is hidden in your daily routine.”

— Mike Murdock

Ahora, esa conexión me acompaña allá donde voy y opera a un nivel prácticamente inconsciente: Aunque sienta cansancio por la mañana o haga mal tiempo, me pongo las zapatillas y salgo a hacer ejercicio. Aunque sienta tentación de encender la tele, si veo que no he aprendido nada interesante ese día, me pongo a leer un libro. Aunque muchas personas requieran mi atención, si siento que no he tenido suficiente espacio para mí, pongo límites. Aunque tenga otras cosas que hacer, si siento que no he tenido suficientes momentos en el pasado reciente con una persona que me importa, hago lo que sea necesario para crearlos. 

Y lo más curioso de todo es que, cuando decido hacer todas esas cosas, no tengo sensación alguna de renuncia o sufrimiento. Sí, me cuesta un poco, pero apenas reparo en ello porque sé que es parte del proceso. Mi cabeza opera ahora de esta manera de forma automática, porque la conexión emocional con mi Yo Futuro está muy desarrollada.

Existe evidencia científica del poder de este fenómeno psicológico y su influencia en nuestra conducta. Por ejemplo, Hal Hershfield y Daniel Goldstein diseñaron un experimento en el que lograron que los participantes ahorraran una mayor cantidad para su jubilación al mostrarles imágenes editadas de ellos mismos que reflejaban cómo se verían en unos años. Al ver estas versiones envejecidas de sí mismos, los participantes encontraron la forma de sobreponerse al Sesgo del Presente y mejorar sus hábitos financieros.

Si Frank Spartan tuviera que hacer una crítica sobre cómo navegué todo este proceso, diría que quizá fui un poco demasiado lejos.  Mi identificación emocional con mi Yo Futuro y mi deseo de conseguir su máximo bienestar fueron muy intensos, lo que condujo a un cambio relativamente drástico en los hábitos de mi Yo Presente. Y eso tuvo una consecuencia positiva y otra negativa.

  • La consecuencia positiva fue que conseguí resultados muy rápido, porque hice grandes progresos en un periodo de tiempo relativamente corto.
  • La consecuencia negativa fue que lo drástico del cambio produjo cierto deterioro temporal en algunas relaciones personales y profesionales que eran importantes para mí, así como en mi propia tranquilidad mental.

En este contexto, ¿cuál es el ingrediente clave para conseguir el objetivo que deseamos?   

El equilibrio.

La forma adecuada de incorporar esa conexión con tu Yo Futuro de forma equilibrada a la realidad práctica de tu día a día se compone de cuatro etapas:

  • La primera es tomar conciencia de la importancia de la ley de la acumulación de pequeñas ganancias (o pequeñas pérdidas) y entender que nuestra intuición infravalora el impacto que los hábitos del día a día tienen en nuestro Yo Futuro.
  • La segunda es comenzar a interiorizar y desarrollar esa conexión emocional con nuestro Yo Futuro. Una vez que hemos entendido la potencial magnitud del impacto que lo que decidimos hacer en nuestro día a día tiene en nuestro Yo Futuro, hemos de empatizar con él y desarrollar ese sentido protector del que hablábamos antes. 

Esto es un proceso mental paulatino. Es cuestión de dedicarle un poco de atención y reflexionar sobre ello. Poco a poco, esa conexión se irá haciendo más sólida en tu cabeza y se manifestará en tu forma de pensar y actuar.

  • La tercera es reflexionar sobre las áreas de nuestra vida en las que deseamos que nuestro Yo Futuro brille con máximo esplendor. Esto va a depender mucho de nuestros valores y nuestra filosofía de vida. Las áreas que decidimos priorizar pueden ser satisfacción profesional, relaciones familiares o personales, salud, libertad, vocación, comodidad, estatus, etcétera, etcétera.

Y vamos a tener que priorizar, porque por mucho que un 1% de mejora al día nos parezca poco, no podemos mejorar 1% al día en doscientas áreas diferentes. Hemos de elegir las que sean más importantes para nosotros y centrarnos en ellas.

  • La cuarta es empezar a actuar introduciendo pequeñas modificaciones en nuestro día a día. Lo recomendable es que esta dinámica sea gradual y no súbita, de forma que no desestabilice demasiado la satisfacción de nuestro Yo Presente y el entorno profesional, social y familiar en el que nos movemos.

Recuerda que todo este proceso requiere paciencia, porque la ley de acumulación de pequeñas ganancias solamente hace efecto cuando le damos el tiempo suficiente. Para eso debemos preservar cierto nivel de satisfacción en nuestro Yo Presente, alimentándolo con recompensas inmediatas en la dosis que consideremos necesaria.

Y esas recompensas inmediatas están bien, porque elevan nuestro estado de ánimo y nos hacen el camino más llevadero. Si las reducimos drástica y rápidamente, corremos el riesgo de pasarnos de frenada y que nuestro Yo Presente acabe insatisfecho. Y esa insatisfacción puede provocar que abandonemos el interés por nuestro Yo Futuro, entregándonos sin culpa a la dulce y tentadora melodía del Sesgo del Presente.

Destilando la máxima esencia de este post, el secreto del éxito está en conseguir que en tus acciones del día a día exista un buen equilibrio entre la satisfacción de tu Yo Presente y la protección de tu Yo Futuro. Ese equilibrio te permitirá identificar las oportunidades de crecimiento exponencial que sean más atractivas para ti, y alimentarlas con disciplina y paciencia para que la ley de acumulación de pequeñas ganancias surta efecto. 

“Balance is not something you find. It’s something you create.”

— Jana Kingsford

Si consigues crear ese equilibrio, sólo tienes que dejarte llevar, porque con esa inercia es casi inevitable que vivas una gran vida.

Y es que, como casi siempre, en el equilibrio está la virtud.

Pura vida,

Frank.

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